ORQUESTA BARROCA DE SEVILLA | CRÍTICA

Los Cantores de Leipzig

La OBS, con Sato, Díaz y Feuersinger.

La OBS, con Sato, Díaz y Feuersinger. / Luis Ollero

En estas fechas se cumplen los trescientos años de la llegada de Johann Sebastian Bach a Lepizig, desde las pruebas de acceso a la cantoría de la iglesia de Santo Tomás en febrero a su elección en abril y su toma de posesión en mayo de 1723. Fecha fundamental en la Historia de la Música porque abre el periodo de madurez creativa de Bach, veintisete años asombrosos hasta su fallecimiento en 1750. No sabemos si ha sido por esta efeméride, pero el concierto de la OBS nos traía en los atriles no sólo una de las cantatas compuestas por Bach en Leipzig, sino también composiciones de dos de sus más conocidos antecesores en Santo Tomás, Johann Rosenmüller y Johann Kuhnau.

Volvía a dirigir a la OBS el excelente violinista Shunske Sato. Imprimió a sus interpretaciones una fuerte carga de fuerza y energía en los ataques en las piezas más movidas, marcando con garra las acentuaciones y estableciendo un continuo juego de contrastes dinámicos, como los que hicieron brillar y vibrar en el Allegro final de la sonata de Haendel. Pero no por ello descuidó matizar el fraseo en los momentos más recogidos, como en el bellísimo arranque de Herr, wenn ich nur de Buxtehude, haciendo de la passacaglia que estructura la obra una oportunidad para recrearse en las inflexiones y en la variedad de intensidades en los ataques. Como solista, Sato volvió a mostrar el brillo de su sonido, sin asperezas, de afinación exacta. El concierto Il favorito de Vivaldi fue un terreno ideal para exhibir su dominio de la articulación, la agilidad de su digitación y su imaginativa capacidad de ornamentación, con momentos de energía desbordante, como el tercer movimiento. Pero antes, en el Andante, desplegó una rica paleta de colores con una línea muy poética sustentada de forma ensoñadora por un violín y dos violas.

Tener a Jacobo Díaz en la OBS es garantía de belleza de sonido, de capacidad de sostener líneas cantables y de sobriedad y eficacia en la ornamentación. Y así fue en sus intervenciones obligadas en las cantatas de Kuhnau y Bach. Y si encima tiene la posibilidad de dialogar de tú a tú con el violín de Sato en la sonata de Haendel o en la cantata de Bach, el público pudo entonces disfrutar de los mejores momentos del concierto.

Miriam Feuersinger posee una voz más bien pequeña, de timbre dulce, con agudos bien timbrados, pero con centro y graves muy frágiles. Además de cuestiones inherentes a problemas en la proyección del sonido (la voz se quedaba muy atrás en la mayor parte del tiempo cuando bajaba del agudo), la ubicación trasera en el escenario la perjudicó notablemente. Con todo, la cantante mostró una interesante capacidad de matizar el fraseo de forma acorde al sentido de las palabras, en un buen ejercicio de retórica musical que tuvo en unos muy expresivos recitativos sus mejor es momentos, además de unas bellas vocalizaciones en el salmo de Rosenmüller.

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