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Francisco Montero | Crítica

Apasionante recital schubertiano

Francisco Montero interpretando a Schubert en el Espacio Turina

Francisco Montero interpretando a Schubert en el Espacio Turina / Luis Ollero

Desde su vuelta a Sevilla hace unos años, Francisco Montero había ido dejando señales desperdigadas de su extraordinario talento musical, y un recital schubertiano como el que ha ofrecido en el Espacio Turina ha servido para confirmarlas todas.

Enfrentado al Schubert lírico de los Impromptus y al Schubert revolucionario de la Fantasía del caminante, Montero mostró solidez de pianista grande, con una técnica dominante y una notable personalidad, que se evidenció ya en el arranque del D.935 nº2, tocado con extasiante lentitud y un particularísimo tratamiento del tiempo, merced a unas retenciones y un rubato que resultaron extraordinariamente eficaces en la transmisión del carácter ensoñador de la melodía. Después, en la agitación sincopada del pasaje central, el pianista dejó ya la que en mi opinión ha sido su gran lección de la noche: la claridad articulatoria, la capacidad para hacer que suenen todas las notas, independientemente de su lugar en el compás, de su duración y de su relación con las otras, una transparencia apoyada en el equilibrio perfecto entre las dos manos y en una sabia combinación de la pulsación en staccato para destacar el detalle dentro de la línea bien ligada de la obra.

Todo esto lució por doquier en su concierto de manera admirable: así por ejemplo en la quinta variación del D.935 nº3 resultó esclarecedora la distinción de todo el tejido musical en un pasaje lleno de disminuciones tocado con un legato impecable y luego la brusca retención del tempo con la vuelta del tema, expuesto en un preciso staccato. Acaso sólo alguna pequeña pérdida de tensión en el segundo episodio de la primera de las 3 Klavierstücke D.946 y el principio del pasaje central de la tercera, que sonó quizás demasiado severo, como si la mano derecha no se atreviera del todo a cantar, puedo objetar en este sentido a unas interpretaciones en las que se escuchó todo. 

No fueron interpretaciones de grandes contrastes dinámicos. Montero no forzó la mano nunca ni en los fortes ni en los pianissimi, pero sus gradaciones estuvieron siempre bien trabajadas y desde luego se ensancharon en la soberbia Fantasía del Caminante, una sonata camuflada cuyos cuatro movimientos se engarzan sin solución de continuidad, evitando a la vez las ataduras más convencionales del género. Schubert se siente libre en el tratamiento tan especial de los desarrollos y en el juego modulatorio, y Francisco Montero lo sirvió con una visión apasionada, que apenas se retuvo en un Adagio lírico, para lanzarse al galope en el Scherzo y ofrecer la vuelta del tema cíclico al final con una fuga transparente.

La delicada y volátil interpretación del también schubertiano Momento musical en fa menor y el Bach arreglista del Adagio del Concierto de Marcello, que sonó en una visión muy romántica, de líneas depuradísimas pero expresivas, cerraron como propinas el que ha sido posiblemente mejor recital pianístico de lo que va de curso en el Espacio Turina.

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