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Hilos | Crítica de Teatro

Hilos que unen corazones

Rosa Díaz paseando a sus bebés-ovillos.

Rosa Díaz paseando a sus bebés-ovillos. / M. G.

Nacida en Albacete y afincada en Granada desde 1992, Rosa Díaz lleva toda su vida dedicada al teatro y, en los últimos años, sobre todo desde la creación en 2008 de su compañía, La Rous, comprometida con el público infantil y familiar.

Espectáculos como El traje o La casa del abuelo han hecho las delicias de miles de niños con una mezcla de técnicas en la que el clown –porque Rosa es una fantástica payasa– , los títeres, la animación de objetos y otros mil recursos, le han permitido expresar los temas que más le interesaban y crear un lenguaje propio con el que ha conquistado a los públicos más diversos y ha obtenido un buen número de reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de las Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud, recibido en 2011.

Y si bien sus todos sus trabajos presentan un cuidado y un amor por los detalles fuera de lo común, qué decir de este Hilos en el que, a modo de catarsis, la creadora ha sido capaz de convertir el dolor por la pérdida de su madre –la protagonista– en una materia gozosamente teatral.

Completamente autobiográfica, Hilos es, ante todo, una pieza salida de un corazón que, tal vez por eso, llega directamente al corazón del espectador.

Por eso y porque, lejos de sensiblerías de salón, Díaz ha conjugado lo mejor de su enormísimo talento: su capacidad única para contar historias, su dominio del clown, la expresividad de su rostro y de sus manos, el humor más inteligente, la magia –aquí con el buen asesoramiento del Mago Migue– y su increíble imaginación a la hora de teatralizar y transformar objetos, muchos de ellos viejos y de uso cotidiano, para desvelarnos las mil historias que pueden tener guardadas.

Así un restregador –o tabla de lavar– puede convertirse en una máquina de escribir y unos ovillos de lana, de esos con los que tejían siempre nuestras madres, pueden dibujar la imagen de un padre desaparecido o convertirse en los catorce hijitos paridos –Rosa fue la número 11– y criados por la heroína del cuento.

Unos ovillos con cuyos hilos enreda sus vidas y las nuestras y nos hace creer en un mundo mucho más humano.  

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