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Jesús Terrés: "Me he pasado la vida huyendo"

El escritor y periodista Jesús Terrés

El escritor y periodista Jesús Terrés / Víctor Gil

Leer a Jesús Terrés (Valencia, 1977) tiene algo de esa fase en la que el dolor o la alegría –las dos grandes emociones- nos consumen y pasan. Es ese instante del momento después, justo después, en que aún no se ha olvidado la conmoción pero ya descubrimos el perfil del sosiego. Este tono es el que predomina en la novela Buscaba la belleza (Destino), en la que su autor además busca otras respuestas. Se sirve de la vida propia –ese descanso incómodo- y no incurre en autocomplacencias ni imposturas. Tal como aprendió de nombres destacados del género, como Emmanuel Carrère. Busca Jesús Terrés, entre las palabras, belleza y respuestas. Y del mismo modo no teme a las preguntas, a las que atiende con la serenidad de su prosa. Con esa calma de su escritura.

 -Esta primera novela suya arranca con la muerte de su padre. Una experiencia durísima, dolorosa como pocas. Se dice que el dolor sirve para aprender, para madurar… Pero no sé si se puede aprender de algo así.

-Empiezas fuerte. De entrada no. Fue uno de mis problemas. Porque, efectivamente, lo ideal es que el dolor nos sirva para aprender. Nos cambie. Nos mejore. Nos ayude a saber qué es lo importante. Pero en el caso del protagonista de la novela lo que decide es negar este suceso. Niega la muerte. Se prohíbe a sí mismo sentir dolor, y apuesta por vivir. Pero sí: creo que lo ideal es que el dolor sirva para aprender.

-¿Cree que la literatura –escribir- puede sanar el dolor?

-Es compleja la pregunta. Y la respuesta. No creo que sea tan sencillo que te salve o te cure la literatura. Pero sí creo que nombrar las cosas, ya sea en un folio o contárselas a un amigo, es el primer paso para la sanación. Para estar mejor. No creo que sea el último paso, pero sí es un buen comienzo. Al menos le hemos puesto nombre al dolor. 

-En Buscaba la belleza leemos una frase de la periodista y escritora Ana Iris que dice algo así como que qué hermoso es el orgullo de los humildes. Usted toma esa frase y la relaciona con sus orígenes, con sus padres. ¿Cuál fue la principal lección que le enseñaron?

-En la novela hay un doble viaje. Uno inicial, de negación, de no tengo que ver nada con mis padres, yo no soy así…; pero hay un punto en la madurez de reconciliación. Mi madre viene del mundo del campo. Hay un concepto de mis padres que aplico a mi trabajo: como escritor me siento más cerca de un zapatero que de un artista. Me incomoda la palabra artista. Me considero una persona de oficio. Me enorgullece la palabra artesano. Que era una idea que tenía mi madre cuidando sus olivos.

"Para mí en la enfermedad hay belleza. En la arruga hay belleza. En un objeto gastado hay belleza"

-Esta novela es una constante búsqueda sobre asuntos que siempre nos preocupan. El primero: ¿Dónde cree que está la felicidad?

-No creo que en la vida haya una época mejor. Lo importante es vivirla. Cada época es bonita. La felicidad para mí tiene que ver con la calma. Sobre todo en el mundo en el que vivimos. Es desde la calma donde puedes sentir la plenitud.

-La felicidad está más cerca de la plenitud que de la alegría, quizá.

-Sí. Me gusta más la plenitud. Para lo bueno y para lo malo. La tristeza también hay que vivirla con plenitud. Es un buen camino.

-En la historia relata episodios muy difíciles. Pero jamás desde la autocomplacencia. 

-No quería caer en la pornografía sentimental. Ni regocijarme. Ni echar las culpas en los demás. Pretendía contar las cosas con honestidad. Poniéndome a mí en la fogata. Quería contar desde la verdad y nada más.

-¿Se ha arrepentido de algo? Al contar un relato en ocasiones tan personal.

-No… Quizá el pudor. Eso siempre está ahí cuando te expones. Pero a mí me gustaría tener menos pudor.

-¿Por qué?

-Porque la literatura que a mí me interesa –Ernaux, Carrère- es una absoluta entrega al libro. Sin ningún pudor. Una entrega que considero valiente. En mi caso no tengo esa valentía. La valentía de seguir entrando en la depresión personal, en la noche… Todo eso me da vergüenza.

"Si yo tuviese que elegir una bandera, sería la honestidad. Si tengo que pelear una trinchera, sería la honestidad"

-¿En este libro no se ha contado todo?

-No. Nadie lo cuenta todo.

-¿Qué se ha quedado fuera?

-La depresión. Aunque me hubiese gustado entrar más ahí. Cómo es estar en el pantano de la tristeza.

-Se entra mucho también en lo que pudo haber sido y no fue. En los caminos que elegimos y en los que dejamos atrás. ¿Qué camino ha sido en su vida acertado y cuál equivocado?

-Ha sido acertado el camino de la literatura. Equivocado, el camino de la huida. Yo me he pasado la vida huyendo. Sobre todo a partir de los veinte o veinticinco. Era una persona que iba hacia delante. No quería afrontar mis decisiones. Era de ir tirando. Aunque no me gustara lo que veía. Me hubiese gustado no dejar casas en llamas. Pero no lo supe hacer.

-¿Dónde está la belleza?

-En la verdad. En las cosas que son de verdad. Para mí en la enfermedad hay belleza. En la arruga hay belleza. En un objeto gastado hay belleza. Cada vez veo menos belleza en lo opuesto: en un objeto perfecto. Lo veo frío e inerte. Para mí las cosas de verdad están vivas.

-Le da mucha importancia a la honestidad.

-Si yo tuviese que elegir una bandera, sería la honestidad. Si tengo que pelear una trinchera, sería la honestidad.

-¿La escritura de este libro ha sido terapéutica?

-Sí. Aunque no ha sido terapia. Pero sí ha sido catártico.

-Los libros tienen dos direcciones: cuando se escriben y cuando nos escriben –en la voz de los lectores, de la crítica, en el enfoque de las entrevistas-.

-Así es. Y tengo clarísimo que los libros son de los lectores. Buscaba la belleza lo veía yo como un libro muy doloroso, pero releído por el lector me trae más luz. Hay más luz ahora que en el momento en el que lo escribí.

 

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