Cultura

Juan Lacomba sin fronteras

  • Tras cinco años de ausencia, el pintor y académico expone en la sala Weber-Lutgen ‘Orillas y lindes’, muestra en la que vuelve a su antigua fascinación por las marismas

Juan Lacomba, junto a algunas de las obras que componen ‘Orillas y lindes’.

Juan Lacomba, junto a algunas de las obras que componen ‘Orillas y lindes’. / José Ángel García

Orillas y lindes es el título de la exposición con la que Juan Lacomba vuelve a presentar su obra en Sevilla, tras la exposición de la Casa de la Provincia en 2017. En esa muestra, expuso por primera vez y después de un largo periodo en el que no enseñaba obra, muchas de las pinturas que realizó sobre Doñana y las Marismas del Bajo Guadalquivir. En aquella ocasión, la tituló Al raso, por manifestar querer pintar a la intemperie, sin interferencias ni resguardo, enfrentado a la Naturaleza, madre y maestra durante tanto tiempo del arte occidental. La producción de este ciclo de pinturas iniciado en 1994, tras una profunda crisis y un viaje iniciático nocturno por el río Guadalquivir hasta su desembocadura en Sanlúcar, es tan extensa y variada que en años sucesivos expuso parte de la misma en el Museo Vázquez Díaz de Nerva (2018) y en la casa Colón de Huelva (2019), para acabar, hasta hoy, con otra gran exposición en el CAC de Málaga (2020).

Ahora retorna a Sevilla, a la galería Weber-Lutgen con lienzos y gouaches inéditos y, como novedad en su producción, una serie de relieves sobre el mismo tema, la naturaleza en las orillas de los lucios, lagunas y cursos de agua de las marismas, que informa el resto de las obras en la exposición.

Pero en estos cinco años de ausencia de su pintura, Lacomba ha seguido estando presente en la ciudad, ha seguido, con la interrupción provocada por la pandemia, con sus talleres de creación artística; con sus cursos y conferencias; y con sus comisariados de exposiciones, la última el sentido homenaje a Manuel Salinas en la Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla, a la que pertenece desde 2012. Entre todos sus trabajos académicos, destaca el monumental estudio sobre la Pintura de Paisaje y plein-air en Andalucía 1800-1936 publicado por la Universidad de Sevilla y la Fundación Focus en 2019, fruto del premio obtenido a la mejor tesis doctoral de tema sevillano en 2014.

Siempre, desde muy joven, se consideró artista, pero un poco por vencer la resistencia familiar y otro por propio interés, estudió Historia del Arte en la Universidad de Sevilla, licenciándose en 1977. En esos años de facultad, trabajó en un alfar de Triana y también en cuantas campañas de excavación arqueológica pudo conseguir; trabajos para mantener su independencia económica mientras estudiaba y pintaba, pero asociados a la actividad artística. Pocos años después de licenciarse en Historia del Arte, gana el premio de pintura José Guerrero, que promocionaba la galería Juana de Aizpuru y pasa una temporada en la casa de Velázquez de Madrid. Al año siguiente obtiene una beca del gobierno francés. En París, se relaciona con otros pintores españoles, como Sicilia o Campano, decisivos en el renacer de la pintura española en los ochenta, y pinta mucho: pinturas del paisaje urbano de Paris, paisajes, autorretratos del pintor en el país de la pintura.

A su vuelta, se establece en Carmona, y los paisajes adquieren carácter emblemático, cargados de historia, memoria y melancolía. La cueva de la Batida y las canteras de Carmona, la corta Atalaya de las minas de Riotinto, la torre telegráfica del siglo XIX conocida en Carmona como el Picacho, o las tumbas de la antigua Assos en la costa turca, serán hitos fundamentales en esa exploración de la herencia asumida como lugar, mítico y real, de la sensación verdadera. Gracias a su incidencia en la vida cultural de Carmona, se le encarga y realiza el paso del Cristo de la cofradía del Nazareno, una talla de 1607 de Andrés de Ocampo. Un paso renovador que causó sorpresa en su estreno en 2008 y que ahora es señal muy característica de la Semana Santa de esa ciudad.Al final de esa etapa, empiezan a aparece en el paisaje elementos de la vida orgánica y animal que tiene lugar en la naturaleza, obras que se expusieron en el Museo Cruz Herrera de la Línea de la Concepción en abril de 1994. Tras esa exposición, el silencio, la crisis y el hastío de exponer, que no de investigar y comisariar importantes exposiciones de pintores sevillanos de principios de siglo XX o de finales del XIX, entre las que destaca la dedicada a Sánchez Perrier y el paisajismo de la Escuela de Alcalá en 2000. Un año después traslada su estudio a la Puebla del Río y su inmersión en la Marisma es total; estudio que mantiene hasta que en 2017 abre un nuevo estudio en Sevilla.

Ahora, alguien que no se fue de Sevilla, está de vuelta con una exposición que es otra inmersión en el paisaje de la Marisma. Bordes y lindes de las lagunas donde la alternancia de las estaciones y los cambios que producen proporcionan una gran riqueza de sensaciones para quien sabe mirar y escuchar esos acontecimientos naturales, donde las formas orgánicas remiten a procesos de renovación y vida. Límites entre lo material y aquello que lo trasciende, escenario de lo sagrado. No de otra forma interpreto sus relieves de apariencia tosca pero enormemente elegantes, una fijación de esos temas que tanto tiempo esfuerzos y alegrías le han proporcionado y que pueden leerse como estelas conmemorativas o exvotos de una devoción que la marisma recompensa. Nuevamente esa relación del artista con su paisaje está a la vista. Es fácil rendirse a la emoción que proporcionan.

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