Julián Maeso lleva hoy a la Sala X sus descargas de rock y 'funk' setentero
El multiinstrumentista, ex Sunday Drivers, presentará su segundo álbum en solitario, el celebrado 'One way ticket to Saturn'
De una racha muy amarga, Julián Maeso (Toledo, 1976) sacó la inspiración hace tres años para componer Dreams are gone, su primer disco en solitario. En 2010 The Sunday Drivers, la banda en la que entonces había militado, se separó y él, multiinstrumentista y ahora también cantante, se dio de bruces con la constatación de que ni siquiera su amplia experiencia (no sólo con ese grupo, que gozó de éxito, popularidad y del apoyo de la industria, sino también como cómplice y colaborador de otras formaciones como The Sweet Vandals y M-Clan o el cantautor eléctrico Quique González) era suficiente para evitarle la sensación de hallarse perdido y desencantado con el mundo de la música. Ese primer disco, publicado por Sony, funcionó muy bien, especialmente entre los aficionados a los sonidos americanos. De nuevo con el apoyo de la multinacional, pero a su ritmo y discretamente, a finales de 2014 publicó su segundo trabajo, One way ticket to Saturn, que volvió a cosechar magníficas críticas (la revista Ruta 66 lo eligió mejor álbum nacional del año). Lo presenta hoy a partir de las 21:30 en la Sala X (José Díaz, 7; entradas a 10 euros más gastos de gestión en www.ticketea.com).
"El primer disco era más melancólico, más denso, y éste es más directo, más uptempo, por decirlo así... Además, en aquél había más temas, y muchos medios tiempos, y por eso éste es más definido, además de más movido, porque me di cuenta de que para los directos necesitaba esa energía. Pero al margen de eso yo no acabo de encontrar tanta diferencia entre un disco y otro: la raíz musical es la misma en los dos", dice Maeso sobre esa evolución no sólo en el estado anímico sino también en las fuentes del sonido, más próximo al blues en el debut, y mucho más emparentado con el vigor del hard-rock sureño, las vetas de funk y el latido soul-rock en esta segunda obra que a su modo apela al espíritu comunitario (y por descontado, político) que movió a los grandes de la música negra de los años 60 y 70. Lo prueba la versión del tema-emblema de Sam Cooke A change is gonna come. "La hacemos muy a nuestro rollo. Pero quise incluirla en el disco porque iba bastante acorde con su temática. La gente se suele quedar sólo con la música y no se fija demasiado en las letras, pero si las escuchas, si las lees, en el disco hay también una protesta. Lo que pasa es que eso se puede hacer desde la alegría. Al poder le interesa lo que ocurre ahora, que cada uno vaya a lo suyo y punto, pero la música negra nos recuerda lo importante que es luchar unidos por lo que queremos...".
No hay comentarios