Julie Andrews se queda viuda y la comedia, huérfana
El cineasta Blake Edwards, director de 'La carrera del siglo', fallece a los 88 años
El año en que nació, Chaplin y Jackie Coogan hacían una gira triunfal por Europa para promocionar El chico y Von Stroheim rodaba Esposas frívolas, la primera película en la que un estudio invertía un millón de dólares. El año en que ha muerto el cine es un invitado en casa o un asilado en los centros comerciales, el público está fascinado por la imagen en 3D y los efectos digitales, y Hollywood ha descubierto que la tiranía de los estudios era más soportable que la del mercado.
88 años, que son los que ha vivido Blake Edwards, dan para mucho cuando se viven inteligentemente. Nació como director, tras haber sido guionista radiofónico, televisivo y cinematográfico, en mitad de la decisiva década de los 50. Era ese prodigioso momento en el que los estudios estaban perdiendo su poder absoluto, pero no su eficacia, y se veían forzados a negociar con los productores y realizadores independientes que gozaban de una libertad hasta entonces desconocida. Columbia fue su primer estudio y el gran guionista y director de comedias Richard Quine, su colega a la vez que su maestro. Entre 1952 y 1958 firmaron juntos cinco guiones.
Su año clave fue 1957, cuando El terrible Mr. Cory, su primer éxito, unió su destino cinematográfico al de Tony Curtis, que protagonizaría algunas de sus mejores películas, y al de Henry Mancini, que compondría la banda sonora de todas sus películas y sería un elemento fundamental para hacerlas más populares al estrenarse y más inmortales con el paso de los años: ¿cómo imaginar Desayuno con diamantes sin Moon River, Días de vino y rosas sin la canción del mismo título, La pantera rosa sin su tema de saxofón o La carrera del siglo sin Push the buttom, Max!?
Los éxitos de su serie televisiva Peter Gunn (1958) y Operación Pacífico (1959) le dieron fuerzas para luchar en Paramount por la dirección de la adaptación de la novela de Truman Capote Desayuno en Tiffany's que en principio, por voluntad del escritor y con un sesgo más duro, iba a dirigir John Frankenheimer con Marilyn Monroe y Steve McQueen como intérpretes. En manos de Edwards la tragedia derivó en comedia sentimental y lo que hubiera podido ser una buena y seria película se convirtió en una obra maestra, un éxito de taquilla y, con el tiempo, un mito que aportó algunas de las escenas más famosas de la historia del cine (Hepburn ante el escaparate de Tiffany's, la despedida en la estación de autobuses, el reencuentro final bajo la lluvia). Su carrera estaba lanzada.
En los 60 dirigió grandes melodramas (Días de vino y rosas) y thrillers (Chantaje contra una mujer); y geniales comedias (La pantera rosa, La carrera del siglo, El guateque) en las que logró prodigiosas interpretaciones de Peter Sellers, Jack Lemmon y Tony Curtis. En ellas -especialmente en La carrera del siglo, dedicada a Laurel y Hardy- resucitó el humor visual y físico del cine mudo. Fundirlo con la sofisticación un punto amarga de Quine será la marca de su estilo. Con ello anticipó el cine construido sobre la memoria del propio cine que haría la gloria del Hollywood de los 70 a través de Allen, Coppola o Spielberg.
En esta década se paseó como gran maestro por los géneros: el western (Dos hombres contra el Oeste), el musical (Darling Lili), el thriller (Diagnóstico asesinato), el melodrama (La semilla del tamarindo) y la comedia (10, la mujer perfecta). En los 80 empezó su decadencia, pero antes que le temblara el pulso bordó su última obra maestra, ¿Victor o Victoria?, también última comedia musical de Julie Andrews (con la que se había casado en 1969 y a la que dirigió en siete películas), última -y mejor: le valió el Oscar- gran interpretación de Robert Preston y última gran banda sonora de Henry Mancini. Se retiró en 1993. Demasiado tarde: sus últimas obras poco añadieron a su extraordinaria filmografía. Pero no importa. Ya se han olvidado. Lo que no se olvidará nunca es a Hepburn ante Tiffany's, a Lemmon y Remick destrozando el invernadero para encontrar una botella de güisqui, a Niven/Sir Charles burlándose de Sellers/Clouseau, al extra hindú reventando el guateque al que ha sido invitado por error, a Falk/Max arrancándole el bigote a Lemmon/Fate, a Robert Preston como vieja reina resfriada o a Julie Andrews cantando Crazy World en el cabaret de transformistas. Amigo íntimo de Billy Wilder, con la muerte del primero en 2002 y la de Edwards ayer a la risa inteligente sólo le queda Allen.
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