Arquitectura | Premio Pritzker

Lacaton & Vassal, a tal señor tal honor

  • En una época afectada por la inflación de imágenes y los excesos que se traducen en gastos inasumibles, el galardón reconoce a un estudio francés que apuesta por el pragmatismo, la modestia y la invisibilidad del buen hacer

Jean-Philippe Vassal (Casablanca, Marruecos, 1954) y Anne Lacaton (Saint-Pardoux-la-Rivière, 1955).

Jean-Philippe Vassal (Casablanca, Marruecos, 1954) y Anne Lacaton (Saint-Pardoux-la-Rivière, 1955). / D. S.

Nadie duda del olfato preciso de esos premios de arquitectura que han recorrido el camino que lleva de la década final del siglo pasado hasta nuestros días, para ventear los cambios culturales que han acontecido a lo largo de dicho trayecto. Les podemos asegurar que no son pocos, como muestra la amplia y variada panoplia de premiados: de la globalización electrónica y sus amplios consecuentes hasta el cambio de paradigma energético, conocido positiva y negativamente, ambidextro, como crisis climática o ecología, los jurados siempre han estado ahí para certificar que los elegidos o sus arquitecturas –que son cosas distintas– respondían emblemáticamente al término de moda que les había correspondido (feminismo, sostenibilidad, naturaleza, social o cualquiera de aquellos).

Bien es cierto que todo esto se corresponde con la valoración de una determinada trayectoria profesional, y que la respuesta de cada uno de sus jurados ha consistido en una operación de traer al presente todo el tiempo pasado en el que el premiado ha trabajado, una verdadera operación patrimonial, que coincide punto por punto con su otro extremo: la rabiosa actualidad de una determinada moda, tendencia o sensibilidad.

Vista exterior la Torre Bois Le Pretre, construida en París en 1961 por Raymond Lopez y renovada por Lacaton & Vassal en 2011. Vista exterior la Torre Bois Le Pretre, construida en París en 1961 por Raymond Lopez y renovada por Lacaton & Vassal en 2011.

Vista exterior la Torre Bois Le Pretre, construida en París en 1961 por Raymond Lopez y renovada por Lacaton & Vassal en 2011. / Efe

Escribimos esta crónica como celebración, sabemos que nos toca hacer uno de esos brindis –más o menos interesados– que estos días se repiten a lo largo y ancho del territorio global de los medios. Unos, con extrema pulcritud recordarán al lector sus augurios, utilizando la ocasión para celebrar su acierto; otros, más comedidos, harán explicitas las razones del jurado con sus análisis y valoraciones, pues en esto consiste su papel en este juego de reenvíos en que nuestra cultura mediática tiende a afirmarse y convencerse.

El caso que nos ocupa ahora con el Pritzker a Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, el brindis por su premio, debería encontrarnos modestamente vestidos, como cualquier otro día de la vida cotidiana, un poco compungidos por este episodio –nada dantesco, pero muy molesto– de la pandemia, pero en cualquier caso dispuestos a las palabras y a levantar la copa de la celebración. Entonces diremos.

Interior de una de las viviendas sociales del Grand Parc de Burdeos construidas en 2017, una de las obras emblemáticas del pragmatismo y la modestia que defiende el estudio francés. Interior de una de las viviendas sociales del Grand Parc de Burdeos construidas en 2017, una de las obras emblemáticas del pragmatismo y la modestia que defiende el estudio francés.

Interior de una de las viviendas sociales del Grand Parc de Burdeos construidas en 2017, una de las obras emblemáticas del pragmatismo y la modestia que defiende el estudio francés. / Efe

Estos arquitectos franceses, galardonados por el jurado del premio más conocido de la arquitectura de la globalización, llevan –como algunos de sus colegas– proyectando con su arquitectura unas condiciones y unos escenarios para una habitabilidad que durante mucho tiempo se vieron como extraños, poco reconocibles por sensibilidades que entonces celebraban juegos formales o icónicos, desafíos gravitatorios o simplemente la vastedad de las nuevas extensiones urbanas de ciudades hasta entonces invisibles, mientras que ellos seguían enfrascados en una apuesta con muchas pretensiones, a la vez denuncia y reclamo de esperanza para todos aquellos que entonces no la tenían. Sí, su arquitectura había vuelto a ese modo intemporal pero no clásico consistente en anteponer el aposentamiento a los fuegos artificiales, la hospitalidad al protocolo, la inapariencia al icono mediático, con palabras de Gregotti; estaban muy poco interesados en la arquitectura como medio para juntar un capital mediático y ya sabemos los artistas que esto, ahora, significa la supervivencia de un proyecto.

Por ello se nos hace difícil imaginar la recepción de un premio tan señalado por unos arquitectos que han aceptado y apostado por la invisibilidad del buen hacer, que han ejercido un posicionamiento de contención y ajuste a lo necesario en una época afectada por la inflación de imágenes, por los excesos en gastos inasumibles buscando exagerados reconocimientos públicos. Aún recordamos la sorpresa que nos supuso a finales de los 90 su decisión –diríamos que ética– de no intervenir en la plaza de Léon Aucoc de Burdeos, de no hacer nada innecesario, superfluo. ¿Para qué embellecerla si ya funcionaba como estaba, si ya tenía encanto como para ser plenamente vivida? Solo requería de limpieza y mantenimiento; así pues, no hicieron nada.

Vista de la Casa Latapie (1993), proyecto que marcó el despegue definitivo de su modus operandi. Vista de la Casa Latapie (1993), proyecto que marcó el despegue definitivo de su modus operandi.

Vista de la Casa Latapie (1993), proyecto que marcó el despegue definitivo de su modus operandi. / Efe

Lo que celebramos es la larga y coherente trayectoria profesional de estos arquitectos desde que en 1993, trabajando ya en Burdeos tras su estancia africana, realizaran la casa Latapie para los padres de Anne Lecaton. Desde entonces pequeñas adaptaciones en viviendas comunitarias –la Torre Bois Le Pretre de París, en 2011– o actuaciones de reforma y mayor calado urbano en edificios históricos –la del Palais de Tokyo de París en 2014, desnudando el espacio encontrado para conseguir una mayor capacidad de uso del contenedor artístico– o en viviendas sociales –la de 530 pisos en tres bloques de Burdeos en 2016, velando la contundencia de las piezas– han dado paso, entre otras, a obras de nueva planta como la reciente torre de apartamentos y oficinas en Ginebra. En todas ellas, la contención como argumento para lograr los máximos efectos: una ajustada y eficaz economía para los tiempos de excesos –ahora más contenidos– que vivimos.

Antes que el Pritzker, Lacaton y Vassal ya habían recibido en 2019 el prestigioso premio europeo Mies van der Rohe (quien puso en boca de todos el menos es más en el que nos hemos mirado tantos). Y diríamos que ellos lo han llevado a más, a algo más comprometido con la gente, con la arquitectura, la ciudad y el planeta: para conseguir el máximo efecto en el hacer, lo ajustado es lo pertinente, y lo superfluo sobra. Se reutilizan las cosas para revivificarlas, para ahorrar recursos o ganar espacios, una actitud respetuosa con el medio, activadora de la memoria; aparecen elementos nuevos, añadidos, con vida propia, compartidos o dispuestos para inventarse en su utilización.

Plaza Léon Aucoc, en Burdeos, objeto de uno de los gestos más significativos y radiacales en la trayectoria del estudio. Plaza Léon Aucoc, en Burdeos, objeto de uno de los gestos más significativos y radiacales en la trayectoria del estudio.

Plaza Léon Aucoc, en Burdeos, objeto de uno de los gestos más significativos y radiacales en la trayectoria del estudio. / Efe

A ello se llega con conciencia, sensibilidad, creatividad y ejercitación. Trabajando en la piel de los edificios encontrados, añadiendo elementos sencillos o resignificando los existentes, para dotarlos de confort y eficiencia energética: mínimos recursos que suponen grandes efectos, tanto en sus mejoras medioambientales y de sostenibilidad, como en la aparición de espacios singulares que amplifican el espacio de la vivienda con nuevas posibilidades y vivencias; o en el tratamiento como imagen, con la veladura de su apariencia como objeto; pero también, investigando sobre materiales y releyendo los procedimientos y modos de hacer que el lugar, su memoria, les proporciona, reutilizando o valorando los elementos allí encontrados. Y es todo esto lo que podemos encontrar o con lo que podemos identificarnos con este reconocimiento.

Un arte de hacer arquitectura, velada, que lleva los relatos menores de vecinos afectados como veladuras de lo existente a una construcción, a un manejo de soluciones, materiales, protocolos bajo un compromiso por la equidad que se dispone para cada ocasión. Propuestas negociadas con los usuarios y agentes para actualizar las preexistencias a la vez que sanarlas, adecuarlas a las nuevas condiciones de uso y comportamientos, a las conciencias emergentes en relación al cambio climático.

Sí, seres extraños, callados aunque elocuentes en sus silencios, tozudos y comprometidos, nada simplificadores, aunque en sus limitaciones se formulaba una poética tan comedida como consoladora, que decía que la belleza anda enredada en nuestro mundo con soluciones nada aparentes.

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