Lara Wong Trio | Crítica

La serpiente blanca

La flautista Lara Wong en una imagen promocional

La flautista Lara Wong en una imagen promocional

Cuando empieza a soplar el viento en el corazón de la caña, los pavos reales contestan con un prolongado aullido. Se sienten interpelados por uno de los suyos. El timbre grave, mate, en las entrañas del bansuri, una flauta tradicional de bambú del norte de La India, nos habla en nuestro propio idioma. Sopla una canadiense, hija de chino y japonesa, la melodía creada por el italiano andaluz Franconetti, en una caña de La India. Esa es la pureza de este arte. La de la emoción profunda. También la alegría es profunda cuando pasa por el tango de La Catalina de Manuel Vallejo, del garrotín. También la alegría es profunda en la cantiña multicolor, titulada Zamá. El toque de Wong es suave, delicado, pulcro, que contrasta con el dramatismo de la seguiriya. Pero también suenan Sabicas  y su danza árabe, Erik Satie y su Gnossienne nº1 y hasta me parece reconocer, en algún pasaje, un riff de Richie Blackmore. El momento más sentimental de la noche, también la pieza más elaborada de la propuesta, es la taranta y levantica que sopla Wong en solitario o con el acompañamiento etéreo de Melón Jiménez, un prodigio de composición que llevó a Wong hasta el Filón Minero en el Festival de las Minas de La Unión de hace dos años. Justo en ese momento pasa un paso por los Jardines de Murillo. Pero ni los metales desatados en la noche de verano logran romper la concentración de los dos intérpretes. Melón Jiménez ofrece una base armónica y también algunas variaciones cristalinas. Y  la percusión  es el soporte multiinstrumental (cajón, caja, panderos, etc.) de todo este edificio sonoro que nos disuelve en la noche.

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