El Lope de Vega celebra el genio de Miguel Narros con 'La dama duende'
El trabajo del director regresa meses después de su muerte a un teatro en el que estrenó muchos de sus montajes Sus actores recuerdan que "reclamaba vida" a sus interpretaciones
Sevilla no era para Miguel Narros una escala más dentro del agotador calendario de una gira: su compañía estrenaba a menudo sus espectáculos en el Lope de Vega y él, además, poseía una casa en la Alfalfa. Por esos motivos sentimentales las representaciones desde hoy hasta el domingo en el Lope de su último montaje, que llega casi medio año después de su fallecimiento el pasado junio, La dama duende, se han convertido en un homenaje póstumo a uno de los creadores imprescindibles de la escena española. Su visión de la obra de Calderón de la Barca revela el ánimo jovial e infatigable que caracterizaba al madrileño, según apuntaron los actores de su propuesta ayer en una rueda de prensa en la que se puso de manifiesto el enorme hueco que Narros deja en el teatro.
"Era un artista con su propio discurso estético, que ponía mucha atención en el detalle", recuerda Juan Ribó, que ha sustituido recientemente a Marcial Álvarez en el papel de Don Luis, pero que había colaborado con Narros "en bastantes montajes, desde El castigo sin venganza que fue el primer espectáculo de Miguel en el Teatro Español". Para Ribó, junto al veterano "aprendías siempre. He trabajado con mucha gente, pero nadie sabe mover a los actores por el escenario como lo hacía él", opina.
La emoción impregnó ayer las palabras del equipo ante la vuelta a una ciudad en la que Narros había vivido episodios destacables de su extensa y prolífica carrera. Chema León, que interpreta en esta comedia el papel del deseado Don Manuel, considera que con el regreso a Sevilla "se cierra un círculo. Tanto Luis [Luque, el asistente de dirección] como yo estrenamos aquí la primera obra que hacíamos con él, Salomé". El actor sostiene que en los ensayos Narros quizás intuía su final, porque se entregaba con una vivacidad que aún estremece si se oye en las grabaciones realizadas "cuando le quedaban tres semanas para morir", como si estuviese "dando su último aliento. Siempre nos reclamaba movimiento y vida, y no lo hacía precisamente sentado en una silla. Cogía la espada, se tiraba al suelo...", recrea León sobre la energía que contagiaba este referente de las artes escénicas, un ímpetu que Luis Luque ilustra con otra anécdota. "Las actrices, que tienen unos 20, 30 años no sabían ponerse una toca, de modo que Miguel se levantaba, se la ponía y se daba un paseo con ella para enseñarles cómo se llevaba", cuenta el asistente de dirección, que se ha hecho cargo de las piezas que tenía en gira Narros -La dama duende y Yerma- y se ha propuesto "mantener la plata con el mismo brillo. Su legado está vivo porque su trabajo está compartiéndose".
Su maestro contemplaba La dama duende "como la gran comedia sobre mujeres, mujeres valientes que querían salir de su encierro. Es una función sobre la vida y la libertad", resume Luque de la historia de Doña Ángela, una viuda que urde una estrategia (comunicar en secreto su habitación con la del hombre al que desea) para escaparse de la vigilancia de sus hermanos y conquistar a su amado Don Manuel. Narros, prosigue Luque, "quería que los actores estuvieran llenos de frescura, que se olvidaran del corsé. Quería gente joven, alegría, valentía", y esas directrices propiciaron, por ejemplo, que el verso nunca se atascara en escena. "Hay espectadores que nos reconocen que venían asustados porque la obra es en verso, pero nos dicen que pronto se olvidan de ese detalle", expresa Chema León, que admite que los intérpretes miraban con cierta precaución que para el director "el verso fuera algo secundario. Es curioso que nosotros que somos más jóvenes pensáramos que podíamos estar traicionando el original y él no pensara eso. Era transgresor hasta el final".
Como otras creaciones de Narros que se han visto en el Lope de Vega -su adaptación del Sueño de una noche de verano, de Shakespeare-, La dama duende también posee "un componente mágico, navega entre la realidad y los mundos imaginarios", señala Luque. Pero a pesar de ser una comedia escrita "para un público mucho más inocente que el de ahora, sigue funcionando porque gira alrededor de unos ejes dramáticos que hoy siguen interesando: el amor, el miedo, el temor a lo desconocido, la libertad y las ganas de vivir y disfrutar". Esa misma voluntad movía a Narros: el teatro tenía que ser, en sus manos, una experiencia gozosa para los espectadores.
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