Experiencia en la cámara del Rey Sol
NEVERMIND | CRÍTICA
La ficha
*****Programa: Obras de E. Jacquet de la Guerre, J. M. Hotteterre, M. Pignolet de Monteclair y F. Couperin. Intérpretes: Anna Besson, flauta; Louis Creac’h, violín; Robin Pharo, viola da gamba; Jean Rondeau, clave. Lugar: Espacio Turina. Fecha: Miércoles, 29 de noviembre. Aforo: Sesenta personas.
Tras su inolvidable recital a solo en el pasado Femás, volvía al Espacio Turina el clavecinista Jean Rondeau, en este caso con su espléndido conjunto Nevermind. No haremos caso de lo que significa ese nombre en inglés (“no importa” o similar), porque sí que importa el que Fernando Rodríguez Campomanes, responsable del Espacio Turina, haya esperado tres años hasta poder traer a estos músicos que, además, ofrecían un programa nuevo centrado en la figura de la compositora Élisabeth Jacquet de la Guerre (1865-1729) y su entorno musical en aquella muy musical corte del Rey Sol. Por la música interpretada y por la escasa presencia de público la sesión recordaba a una de aquella veladas que se desarrollaban en las habitaciones privadas de Luis XIV, con los cortesanos más cercanos como público.
De Jacquet de la Guerre, introductora de la sonata a la italiana en Francia, se ofrecieron tres sonatas en trío, una sonata para violín y un preludio para clave. Espléndida música, luminosa, tan francesa e italiana a la vez que, en manos de Nevermind, sonó de la manera más idiomática posible. A la calidad intrínseca de cada uno de los intérpretes hay que unir su capacidad de aunar criterios interpretativos, desde la propia producción del sonido hasta la cadencia de los acentos, pasando por la flexibilidad en materia de tempo y ritmo. La flauta de Besson era todo delicadeza desde el primer momento de articulación y se movía con naturalidad por los sinuosos senderos melódicos y precisión en las apoyaturas, mordentes y trinos. Al igual que Creac’h, con brillo, agilidad y sensibilidad en las dinámicas más moderadas. Y soberbio el continuo, con un Pharo dueño de los resortes del rubato y un Rondeau que hizo cantar a los silencios en Prélude para clave de Jacquet de la Guerre. Como momento especial para guardar en la memoria me quedaría con el Gayement de la sonata La Françoise de Couperin y la manera elegante, fluida y delicada en que la melodía circulaba entre los instrumentos en arabescos sin fin.
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