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Crítica 'Slow West'

El Oeste de los sueños perdidos: un gran 'western'

slow west. Western, EEUU, 2015, 91 min. Dirección y guión: John Maclean. Intérpretes: Kodi Smit-McPhee, Michael Fassbender, Ben Mendelsohn, Caren Pistorius. Fotografía: Robbie Ryan. Música: Jed Kurzel.  

Como si extrajera inspiración del penúltimo (Peckimpah, Leone, Narizzano, Fraker, Gries) y último (Eastwood, los Coen de Valor de ley) western digno de tal nombre, Slow West reescribe el género de los géneros con una rara mezcla de clasicismo e innovación, romanticismo e ironía, emoción y distancia, asombrosa belleza paisajística y terrible sordidez humana. Es necesario tener las pistolas cargadas frente a un western con fama de posmoderno e indie, gran premio del jurado en el Festival Sundance, producción anglo-neozelandesa y que supone el debut como director de largometrajes de John Maclean, un músico escocés que ha liderado las bandas The Beta y The Aliens. Pero bastan los primeros minutos para enfundar las pistolas y desterrar las sospechas. Incluso, exagerando, podría decirse que basta el primer minuto en el que la voz en off dice ese Once Upon a Time… que tanto nos suena a Leone.

El guión, también escrito por Maclean, es de una desconcertante simplicidad a la que dan profundidad sus intérpretes, el ritmo pausado -casi ritual- que el director impone al relato, la soberbia fotografía de Robbie Ryan y la sobria y emocionante banda sonora de Jed Kurzel (he nombrado a Narizzano entre las referencias de Slow West porque el aire desoladamente romántico que presta a la película la música de Kurzel me recuerda la sugestiva combinación entre la partitura de Manos Hadjidakis y las imágenes de Blue, un olvidado western crepuscular del también olvidado director canadiense Silvio Narizzano).

Este simple argumento profundizado por el estilo, las interpretaciones, la fotografía y la música es el largo viaje que emprende a través del Oeste un jovencísimo aristócrata escocés (Kodi Smith-McPhee) para encontrar a su idealizada amada (Caren Pistorius), acompañado por un pistolero cazarrecompensas (Michael Fassbender). Acompañado, en este caso, quiere decir iniciado en la turbia violencia de la vida y en los desengaños y crueldades que encierra. Un paisaje maravilloso salpicado de sangre, desesperación, soledad y fracaso. Huesos blanqueados al sol. Morir por nada. Desesperados que matan para sobrevivir miserablemente a base de pequeños robos. Miserables cazadores de recompensas. Pioneros que nunca encontraron la promesa que buscaban en las tierras del Oeste. Todo en medio de unos paisajes vírgenes de una hermosura rotunda. Entre la violencia humana y la belleza natural, y entre los horizontes ilimitados filmados como la grandeza del western exige y las muertes atroces por su banal gratuidad, media la misma distancia -como si toda la película fuera una metáfora- que entre la inocencia y la idea del amor del joven escocés y la realidad que va descubriendo hasta que se le revela brutalmente al término de su viaje. La dureza es en esta película tan real como la belleza. El plano de los dos niños aguardando a sus padres, que han muerto en un tiroteo, marca una altura trágica que el humor negro -más bien absurdo- no trivializa.

Este largo viaje a través del Oeste de los sueños rotos concluye en un acto trágico sobria, fría y soberbiamente rodado. Al que se le añade una conclusión eastwoodiana. De entre todos los intérpretes destaca Fassbender componiendo el mejor pistolero visto en muchos años. Maclean le ayuda encuadrándolo con una sabiduría que funde los planos del Wayne más amargo y el Eastwood más impasible. Tuvimos Valor de ley de los Coen. Tenemos Slow West. Llega The Homesman de Tommy Lee Jones. El western sobrevive. Siquiera sobrevive.

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