Bienal de Flamenco

Seis cuerdas para una bailaora fuera de lo común

la creadora cordobesa bailó una hermosa farruca con traje de hombre.

la creadora cordobesa bailó una hermosa farruca con traje de hombre. / Juan Carlos Vázquez

Después de muchos años de bailar por el mundo, de haber recibido el Premio Nacional de Danza (en 2018) y de sufrir, como todos, los efectos de la pandemia, Olga Pericet decidió iniciar un nuevo proceso creativo, pero tomándose el tiempo necesario para disfrutarlo.

La inspiración le vino de una extraña guitarra de ciprés expuesta en el Museo de la Música de París con la etiqueta “Almería 1852”. Se trata probablemente era la mítica ‘Leona’ del lutier almeriense del siglo XIX Antonio de Torres, el primer prototipo de la guitarra española y flamenca.

A partir de ese nombre, con todas sus connotaciones, Pericet bifurcó su trabajo en dos partes. La primera, cuyo primer avance, La tienta de la leona, presentó el pasado año en el Festival de Itálica, es la que culminó el domingo en el Teatro Central mientras que la segunda, con adelanto en el pasado Festival de Jerez, se presentará en Barcelona en 2023.

Apasionada como es, Olga Pericet se ha sumergido por completo, en absoluta sintonía, en el simbolismo de esta guitarra. Pero también en su contexto, en un momento histórico donde los cubistas deconstruían guitarras en sus pinturas y las mujeres luchaban por sus derechos.

Con esas premisas y en un escenario casi vacío -un fondo de tiras de papel, varias sillas y algunas plantillas de guitarra dispersas aquí y allá-, Pericet se ha rodeado de cinco grandes músicos que, junto a ella, cuerpo sonoro donde los haya, completan las seis cuerdas del instrumento.

Su música, unida a las imágenes creadas por la fantasía de la cordobesa, nos ofrecieron un espectáculo sencillo, con unas cuantas escenas casi sin hilvanes, pero lleno de sorpresas y realmente jubiloso, en el que no faltó el humor, empezando por un algo atropellado dúo de tijeras que pretendía emular un taller de lutier.

Desde que, al comienzo, Roberto Jaén descubre su cuerpo semidesnudo tendido en el suelo (una imagen inspirada en el cuadro de Ramón Casas Desnudo con guitarra), la crisálida Pericet se convierte en leona, y luego en sirena, y en antigua bailarina de Gades y en lo que le viene en gana y el público quiera ver, porque ella es a la vez felina y delicada, femenina y masculina, frágil y dueña de una fortaleza descomunal.

La música, más estructurada, brilló en todo momento al igual que la voz de Israel Moro quien, además del flamenco, nos dejó una hermosa versión de aquella melancólica milonga del Solitario que cantaba Atahualpa Yupanqui. Con ellos, más extrovertida que nunca, la danza de Olga Pericet fluyó con toda liberdad, pasando de una hermosísima farruca bailada con traje de chaqueta masculino a un paseo con castañuelas por la etapa preflamenca -con impermeable, por si acaso-, a un viaje por los ritmos brasileños o a recorrer el escenario en una alegre danza urbanoflamenca.

Porque en el cuerpo de esta bailaora fuera de lo común, menudo y sonoramente expresivo, sabiduría y osadía se mezclan a partes iguales. En él bullen culturas arcaicas, flamencas y nos atreveríamos a decir que posflamencas. Y todo bajo la bandera de la libertad.

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