RECITAL DE JAVIER PERIANES | CRÍTICA

Un piano entre París y Granada

Javier Perianes

Javier Perianes / IGOR STUDIO

Hace seis años lamentaba mi compañero Pablo Vayón el desolado aspecto de un Maestranza medio vacío ante un soberbio recital de Javier Perianes. Algo ha mejorado esta ciudad cuando anoche el mismo teatro estaba prácticamente lleno para escuchar a quien puede considerarse pianista de la casa. Porque hace ya más de veinte años que le venimos escuchando y a cada ocasión nos admiraba su crecimiento en madurez y en musicalidad, hasta alcanzar ese maravilloso estado de gracia en el que se ha instalado desde hace unos años y del que, por fortuna, podemos ser testigos periódicamente.

Sus tres compositores fetiche conformaban un programa lleno de coherencia y que unía en un sutil hilo de influencias a Chopin con Debussy y Falla. Autores que le van como anillo al dedo a este poeta del sonido que hace de la música el etéreo material sobre el que escribe su visión del mundo y de la belleza.Para los dos nocturnos de la opus 48 de Chopin Perianes optó por un tempo al límite de la lentitud, justo en la frontera de la expresividad y de la fluidez del discurso. Le sirvió este tempo pausado para recrearse en la cantabilidad belcantista de cada frase y jugar con el valor expresivo de los silencios.

Siempre con una articulación medida al milímetro y con una magistral capacidad para darle presencia a todas y cada una de las voces a la vez que desplegar una rica paleta de colores, sus Estampas fueron un rico joyel de esfumaturas y sugerencias. Y de ahí al Falla que juega a inventarse el folclore con versiones que jugaban con los ritmos y las gradaciones dinámicas.

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