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Cultura

Períodos convulsos de la Historia

  • El ganador y la finalista del Nadal, Francisco Casavella y Eva Díaz Pérez, visitan Sevilla · El barcelonés ambienta su obra en el siglo XVIII y la sevillana en las Misiones Pedagógicas y las décadas del exilio

Francisco Casavella, ganador del Premio Nadal con Lo que sé de los vampiros, aseguró ayer que utilizó estas criaturas fantásticas en su título como metáfora de "la imposibilidad de deslindar la parte racional de la irracional en el ser humano" y la contradicción de esgrimir la razón para justificar "actos irracionales". Aunque la ficción del escritor barcelonés se ambienta en el siglo XVIII, el escritor puso de manifiesto la vigencia de su obra al apuntar que "hoy se vuelve a levantar la bandera de la racionalidad para justificar actos irracionales". El autor de Un enano español se suicida en Las Vegas puso como ejemplo "los que matan en nombre de Alá y los que proclaman luchar contra terroristas en nombre de la democracia".

Casavella sitúa la acción de su libro en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando Carlos III decreta la expulsión de los integrantes de la Compañía de Jesús, decisión que impulsará el peregrinaje de un joven por las cortes europeas.

Después de plasmar la historia maldita del erasmismo en Memoria de cenizas y de retratar las vanguardias literarias de los años 20 en Hijos del mediodía, la sevillana Eva Díaz Pérez vuelve a hablar de "la España que no pudo ser" en El Club de la Memoria, novela con la que ha quedado finalista del Nadal y en la que reflexiona sobre el trágico destino de unos jóvenes que se embarcaron en las Misiones Pedagógicas y tras la Guerra Civil sufrieron el exilio. "Me di cuenta, cuando estaba con la última, de que eran tres novelas sobre la memoria, sobre el peso de la historia y la importancia de la cultura", declara la narradora.

En El Club de la Memoria, una investigadora reconstruye las dolorosas vivencias de estos personajes. Pero ya en los primeros capítulos el lector se sorprende por el enfoque: la autora ha elegido como uno de los narradores a un traidor, Adolfo Prieto, alguien que tras su paso por las Misiones Pedagógicas se adaptó al régimen franquista. "Los personajes íntegros, con una ética impecable, son poco creíbles en determinadas situaciones históricas", opina Díaz Pérez.

La novelista respalda unas afirmaciones de la investigadora protagonista, que sostiene que "ya era hora de recordar, de abrir los cajones de la memoria". La escritora cree que "es necesario; si no, viviríamos en un agujero negro", pero "lo malo es cómo se está politizando y frivolizando todo. Éste parece un país empeñado en el memoricidio, en olvidar y funcionar con cuatro clichés".

Cuando estaba construyendo la novela, Eva Díaz se sorprendió del desinterés que parecía rodear el tema del exilio. Expone que "es difícil encontrar algunos libros de exiliados, excepto autores de primera fila. O están descatalogados, se publicaron algunos en Argentina o México y ni siquiera se han editado en España". Tampoco se sabe nada, por ejemplo, del papel de los exiliados españoles en la Segunda Guerra Mundial. Eva Díaz recuerda la indefensión de "los que sufrieron en el campo de exterminio nazi... Cuando termina el horror del campo de concentración, cada país reivindica a sus víctimas, pero estos hombres ya no tenían país".

El Club de la Memoria plantea un itinerario por múltiples ciudades, entre las que están Madrid, Toulouse, Dresde, Berlín, y México DF, una diversidad con la que Eva Díaz elude la incómoda etiqueta de cronista de Sevilla que algunos miopes le adjudicaron. "A través de esta travesía del destierro quería reflejar todos los recorridos que se hicieron. Y no entiendo por qué a los autores que escriben sobre Sevilla se les cuestiona. Es increíble, pero hay mucha gente que me avisó que no volviese a hacer un libro sobre la ciudad".

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