Peter O'Toole ha muerto, Lawrence y Lord Jim viven
Fallece a los 81 años en Londres uno de los actores más respetados, poseedor de una desmesurada y rara genialidad.
Fue y será para siempre Lawrence y Jim. Es injusto, lo sé. Fue también el rey Enrique II en Beckett, el refinado Simon Dermott en Cómo robar un millón y…, el demente general Tanz en La noche de los generales, el rey Enrique II en El león en invierno, el profesor Chipping de Adiós, Mr. Chips, Don Quijote en El hombre de la Mancha o el preceptor Reginald Johnston en El último emperador. Excelentes películas; pero en las que Peter O'Toole, fallecido ayer a los 81 años, nunca logró superar aquellas dos interpretaciones casi consecutivas (Lawrence de Arabia en 1962 y Lord Jim en 1965) en las que su rara genialidad casi siempre desbocada encontró bocado y riendas que le hicieron dar lo mejor de él mismo, gracias a las direcciones de David Lean y de Richard Brooks; y personajes tan frágiles y fuertes a la vez, tan vulnerables y duros, tan épicamente heroicos y psicológicamente complejos, tan luminosos y oscuros, tan humanos y excepcionales, que necesitaban de su exceso para poder vivir en la pantalla sin sacrificar ninguna de sus contradicciones.
Las de Lawrence, personaje histórico, y Jim, personaje de ficción creado por Joseph Conrad, son personalidades extremas con las que la no menos compleja personalidad de O'Toole se fundió como pocas veces ha sucedido en la historia del cine. Lawrence y Jim murieron jóvenes tras ver rotos sus sueños de liberación de Arabia o de la aldea de Patusan; sobre todo tras ver rota la imagen que tenían de ellos mismos como héroes invulnerables a las flaquezas humanas, muy especialmente al miedo y al dolor. La vida cinematográfica de O'Toole fue también breve, en lo que a la continuidad de primeros papeles en películas de calidad se refiere. Lawrence de Arabia lo sacó de la nada -papeles secundarios en obras teatrales, televisión y cuatro películas- para convertirlo en una de las más admiradas estrellas a la vez que uno de los más respetados actores del mundo. Pero sólo durante una década, de 1962 a 1972; o de Lawrence de Arabia a El hombre de la Mancha. El carácter, la bebida y la desmesura de su talento siempre bordeando peligrosamente el histrionismo lo condenaron desde entonces a la televisión, las locuciones, papeles principales casi siempre por debajo de su talento o breves apariciones especiales.
Cuando David Lean lo escogió contra todo pronóstico -era prácticamente un desconocido, al igual que su compañero de reparto el actor egipcio Omar Shariff- para interpretar al fascinante y complejo escritor y aventurero T. E. Lawrence, convertido por la prensa en un héroe popular durante la Primera Guerra Mundial al acaudillar como uno más de ellos a los árabes en su lucha contra los turcos, estaba creando una de las coincidencias más curiosas y enriquecedoras de la historia del cine. David Lean y los guionistas Robert Bolt y Michael Wilson dieron un tratamiento a la monumental obra autobiográfica de T. E. Lawrence inspirado por el universo literario de Joseph Conrad, el escritor que convirtió la novela de aventuras exóticas en una indagación sobre la naturaleza humana de extraordinaria finura y profundidad humana, como si en él se unieran Stevenson y Dostoievski. El Lawrence de Lean, absolutamente fiel a los claroscuros del personaje histórico, era como un Lord Jim del desierto. Toda su vida quiso Lean filmar alguna obra de Conrad. Murió mientras ultimaba el rodaje de Nostromo.
Cuando Richard Brooks -que no casualmente había adaptado a Dostoievski en Los hermanos Karamazov y trabajaba desde hacía años en la adaptación del Lord Jim de Conrad- vio Lawrence de Arabia supo que tenía al único actor capaz de interpretar a Jim. Y puso en marcha la mejor adaptación que el cine haya hecho de un texto de Conrad, superior a Apocalypse Now (libremente basada en El corazón de las tinieblas) por lograr salvaguardar tanto la trama de aventuras como el abismo moral que explora (no sólo a través de la extraordinaria interpretación de O'Toole, también gracias a la creaciones que hacen James Mason del siniestro caballero Brown, Curd Jurgens del cobarde Cornelius, Jack Hawkins de Marlow, Paul Lucas de Stein y Eli Wallach de El General: nunca el universo conradiano encontró rostros tan fieles a los personajes).
Si Lawrence de Arabia estaba penetrada por el espíritu de Conrad, Lord Jim lo estuvo por la película de David Lean. Así Peter O'Toole creó un díptico único en el que se unían lo histórico y lo ficcional a través de su soberbio retrato de dos héroes atormentados, contradictorios, perseguidos por sus obsesiones, aplastados por la imagen que ellos mismos habían construido de sí mismos.
Este niño de infancia dickensiana -padres inestables, viajes, reclusión en un duro internado- y este hombre de tendencias autodestructivas, este actor genial y único gracias a su mayor defecto, la tentación histriónica, no ganó el Oscar por esas dos grandes interpretaciones, ni por otras excepcionales. Le dieron el honorífico. ¿Y qué más da? Su nombre, unido a los de Lawrence y Jim, vivirá para siempre.
También te puede interesar