Intenso calor rojo
Red Hot Chili Peppers | crítica
El Estadio de la Cartuja se llenó completamente con los 56.000 espectadores que acudieron al reclamo de Red Hot Chili Peppers
Pasaban seis minutos de las diez de la noche cuando en el escenario del Estadio de la Cartuja apareció Flea, con el bajo en sus manos. Se le unió John Frusciante a la guitarra y Chad Smith se sentó a la batería. Es una tradición en los conciertos de Red Hot Chili Peppers que los comiencen ellos tres solos, en una especie de jam sessión variable que anoche terminó por conducir a Can’t Stop una vez que pasados un par de minutos se les unió por fin el cantante, Anthony Kiedis. En cuanto la gente le vio aparecer y reconocieron los primeros acordes de esta canción del disco By the way, del 2002, una de las más conocidas de la banda, surgió un grito brutal desde las 56.000 gargantas que llenaban totalmente el estadio.
Tienen un disco nuevo que presentar, aunque la gente se sabía ya sus canciones y las coreó con ellos. Ha sido este uno de esos conciertos en los que más se ha apreciado el salto generacional; la gente que era seguidora de la banda durante el siglo XX se emocionaba con Give it Away, la última antes de los bises, y no podía comprender que la masa de jóvenes vibrase mucho más, sin embargo, con By the Way, la elegida como segundo de esos bises para cerrar definitivamente el concierto y, sobre todo, que botasen de forma loca y cantasen con Kiedis la segunda de la noche, Black Summer, la que abre su disco recién editado, de nombre Unlimited Love, al que volvieron hasta cinco veces, salteando sus canciones en medio de otras mucho más clásicas extraídas del Blood Sugar Sex Magick, el mencionado By the Way, Stadium Arcadium y Californication; la más antigua de todas fue Nobody Weird Like Me, del Mother’s Milk, e incluyeron también Soul to Squeeze, que grabaron para la banda sonora de Los Caraconos.
Estos Red Hot no han perdido un ápice de su intensidad interpretativa, y por el que parece que los años pasan más lentamente es por Flea, protagonista de los primeros momentos del concierto, locuaz, chapurreando nuestro idioma y lanzándose con su bajo en el ataque a Aquatic Mouth Dance, otra de las canciones nuevas. Para entonces Kiedis se había despojado ya de la elegante chaqueta roja que vestía al principio y se unió a Flea luciendo el torso desnudo. A partir de este momento se notó en el sonido una apreciable mejoría que, como suele ser habitual en este recinto, sin llegar a ser nunca bueno, al menos permitió que a Kiedis le escuchásemos cantar en lugar de intuirlo, como venía pasando, y en la bola de graves que hasta ahora nos aplastaba podíamos notar matices distintos y disfrutar así del primer gran solo de guitarra de Frusciante, aunque muy cortito y encadenado al bajo de Flea, que fue quien terminó de cantar esta pieza, en Snow (Hey Ho), la canción que de nuevo -quizás esa mejoría en el sonido tuviese algo que ver- puso a saltar a todo el estadio, iluminado por las excelentes luces que en ocasiones lo teñía todo de rojo y en otros momentos permitía destacar las psicodélicas imágenes que se iban proyectando en la pantalla del fondo del escenario, que continuaba por el techo y se doblaba hacia arriba al llegar al frente de él, convirtiendo muchas veces el espectáculo en una experiencia inmersiva; las dos enormes pantallas verticales de los lados quedaban para ofrecernos primeros planos de los músicos.
La maquinaria había acelerado; fue este el momento en que bajo y batería compitieron por ver quien se sobreponía al otro, hasta que entró la guitarra y todo el estadio gritó al unísono. Así empezó Nobody Weird Like Me, la más potente de la noche, puro heavy metal, pura tralla, los Black Sabbath de su mejor momento atronando con la potencia que brindan los medios actuales, aunque como esta noche, el sonido fuese manifiestamente mejorable y la técnica no terminase de convertirse en arte. Pero sí que lo fue, arte mayor, el solo que esta vez, largo y denso, salió de la guitarra de Frusciante. Después de eso había que dejarse ir, sin pisar el freno, pero levantando el pie, y así se sucedieron, tranquilas, Whatchu Thinkin’, también del disco nuevo, y Hey.
Las primeras notas de Tell Me Baby arrancaron un ooooh emocionado al público, como el que se da en las escenas tiernas de una película; pero si esta parecía de amor, enseguida Flea y Smith se encargaron de convertirla en una de acción, de esas en las que se machacan coches y helicópteros sin remisión. Here Ever After fue la que siguió, y al ser también de las nuevas intentaron presentarla en castellano, pero para ello tenían que decir demasiadas palabras en nuestro idioma, más de las que Flea conoce, y lo dejaron por imposible; menos mal que con su bajo, que es lo importante, no falla nunca, es un bajista extraordinario, que aporta mucho más que solo ritmo a la banda y toca el bajo como un instrumento principal. Lo demostró sobradamente en un mano a mano con Frusciante y su guitarra en una intro que nadie reconoció como preámbulo de Californication hasta que se hizo patente que habíamos llegado a una de las canciones más esperadas y así lo celebró todo el público. La terminaron con un guiño al Hey Joe, tal como la tocaba Hendrix; regusto setentero para unirla a These Are the Ways, también de las canciones más recientes, pero con un olor a The Who que perfumó el ambiente, caldeado por la canción anterior.
Soul to squeeze resultó una pieza menor ante el delirio que desató la siguiente, Give it Away, la que dejó a todo el mundo pidiendo más una vez que los cuatro Chilis se fueron tras terminarla. Volvieron, claro, para sumergirse en un mar de luces blancas que salían de miles de teléfonos móviles y –se palpaba la emoción- de voces que llegaron a tapar incluso a la de Kiedis cantando Under the bridge y desapareciendo después del escenario. Estaban como al inicio, guitarra, bajo y la batería de Smith, que no solo siguió el ritmo durante todo el concierto, sino que lo empujó cada vez más rápido, en otro interludio instrumental que terminó Flea para empujar de nuevo a las masas a otro delirio mayor que el anterior. Inimaginable la alegría de ver a tantísima gente saltando y cantando de nuevo, todos juntos; lo consiguieron anoche los Red Hot Chili Peppers cuando terminaron su concierto con una fortísima versión de By the Way, la canción que daba nombre al disco con el que entraron en el nuevo siglo y les proporcionó legiones de nuevos adeptos.
Eran las 23:48 cuando miré el reloj para ver cuánto tiempo había pasado, porque se me había hecho cortísimo. Cuando se encendieron las luces del estadio era imposible ver una icónica camiseta negra de los Red Hot Chili Peppers que no estuviese empapada en sudor. La velada había sido larga; comenzó exactamente a las siete y media con el jazz rock y el soul sofisticado de Thundercat, para seguir a las nueve menos cuarto con un Beck excepcional, respaldado por cuatro músicos que le ayudaron a interpretar las mejores y más poderosas versiones que le he escuchado nunca de canciones como Devils haircut y E-Pro. El espectáculo se repetirá el martes en Barcelona, donde al contrario que aquí, que se agotaron las localidades al poco tiempo de salir a la venta, quedan todavía muchas disponibles para los jartibles que no hayan tenido bastante con el Primavera Sound de este fin de semana.
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