Rodin, impresionista

Auguste Rodin y Medardo Rosso | Crítica

Elba publica 'Auguste Rodin y Medardo Rosso', los textos que el historiador del arte y novelista Julius Meier-Graefe le dedicó a ambos escultores, como heraldos de una nueva estética, apenas comenzado el XX

Julius Meier-Graefe pintado por Eugen Spiro en 1913
Manuel Gregorio González

29 de octubre 2023 - 06:00

La ficha

Auguste Rodin y Medardo Rosso. Julius Meier-Graefe. Trad. Guillem Usandizaga. Elba. Barcelona, 2023. 72 págs. 13 €

Meier-Graefe fue un apóstol del impresionismo, como Ruskin lo había sido de un neogótico fabril y Winckelmann de un clasicismo árido y crepuscular. Graefe, además, se añadirá a quienes en el siglo incipiente (el comenzar del XX), reivindiquen la figura del Greco, como ya habían hecho Cossío y Zuloaga, y como luego lo harán Barrés y Rilke, para incluirlo en el flujo aluvial de la nueva pintura. El propio Rilke dedicaría un hermoso ensayo a Rodin y su obra, destacando que la fama “no es más que la suma de todos los malentendidos que se dan cita alrededor de un hombre nuevo”. Este hombre nuevo es el que buscaba elucidar Meier-Graefe en estas páginas, publicadas en 1904, a las que suma otro artista de su predilección, Medardo Rosso, a quien Graefe vincula, por su verdad antirretórica, con la obra de Velázquez.

Meier-Graefe establece un paralelo entre Rodin y Miguel Ángel y entre Rosso y Velázquez

Meier-Graefe, nacido en Rumanía, no se halla lejos de otros historiadores del arte europeos (Hauser, Antal, Wölffling, Worringer, Warburg, Venturi, etcétera), que compondrán los nuevos modos de abordar la materia artística. En lo que concierne a Rodin, Graefe lo sitúa en un paralelo con Miguel Ángel -por su trémula y monumental ejecutoria-, pero con resultados diversos. En Rodin hay una una emulación de la naturaleza y sus efectos que en Miguel Ángel no cabe suponer. Esta fidelidad a lo natural, como perfección suma, es lo que destaca Meier-Graefe como propio de Rodin. Pero también la naturaleza efusiva, sentimental, inmediata de su obra. La escultura de Rodin tiene un carácter público, una atención a los efectos de la luz (una facultad atmosférica, digamos), que es la que lleva a Graefe a considerarlo como impresionista.

Dicho impresionismo, sin embargo, no es de naturaleza literaria -pensemos en la inmensa taracea de Proust- sino de un acusado matiz plástico. En sentido contrario, será una tenue gradación de tales aspectos, en busca de una cohesión interna y duradera, la que le haga ponderar a Rosso por encima de Rodin. La “rica y sorprendente inquietud de lo vivo” que Rilke descubrió en Rodin, en Rosso ha encontrado una forma de pureza más ondulante y menos agitada. En ambos casos, Meier añadirá la cuestión del gusto: el oráculo de una belleza subjetiva, en un mundo que estaba prescindiendo de ella.

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