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Romeo y Julieta | Crítica de danza

La rara belleza de lo sutil

Una imagen de la pieza que los Ballets de Montecarlo presentaron anoche en el Teatro Maestranza.

Una imagen de la pieza que los Ballets de Montecarlo presentaron anoche en el Teatro Maestranza. / Antonio Pizarro

El célebre drama de Shakespeare, Romeo y Julieta, es un título al que han sucumbido, junto a grandes cineastas, coreógrafos tan prestigiosos como John Cranko, Kenneth Mc Millan, Nureyev o el propio Nacho Duato, que lo coreografió para la Compañía Nacional de Danza en 1996.

Algo lógico ya que, a la sugestiva historia de un amor, trágico sí, pero capaz de derribar enconados rencores e influir en el contexto social y político de la ciudad en que se desarrolla, se une la rica partitura que Sergei Prokofiev compuso para él por encargo del Teatro Bolshoi. Un ballet lleno de melodías que se estrenó en Brno (Checoslovaquia) en 1938, si bien ha sido la versión soviética de 1940 la más seguida por los creadores posteriores.

La que pudimos admirar anoche, para inaugurar el nuevo año en el Teatro de la Maestranza, es la versión del coreógrafo francés Jean-Christophe Maillot, director artístico, desde 1993, de los Ballets de Montecarlo y un enamorado del teatro y de Shakespeare, del que ha recreado también, con gran originalidad, La fierecilla domada en La mégère apprivoisée y El sueño de una noche de verano en su obra Le songe.

Estrenado en Montecarlo en 1996, y ya con más de 400 representaciones en su haber, es una verdadera joya, amen de una pieza capital en la forja del estilo que hoy caracteriza a esta prestigiosa compañía, compuesta por personas de más de 20 países, de diferentes razas y religiones.

Con una técnica depuradísima, creada a partir del vocabulario de la danza clásica (con un magnífico uso de las puntas) y neoclásica, Maillot elabora un discurso absolutamente contemporáneo en el que se mezclan diferentes artes –incluido el cine, con sus ralentís y sus imágenes congeladas– y donde la belleza más explosiva se viste con el ropaje de la sutileza y la sencillez.

A partir del vocabulario de la danza clásica y neoclásica, Maillot elabora un discurso absolutamente contemporáneo

En un sencillo escenario, con unos paneles móviles sobre los que se refleja a veces el rosa rojizo de los mármoles veroneses o el resplandor de la luna, y con una rampa capaz de convertirse en el balcón de Julieta –que ofreció una preciosa imagen–, se van desarrollando las escenas dinámicas y alegres del primer acto, resaltadas por un eficacísimo vestuario (de negro los Capuleto, de claro los Montesco).

De este, destaca, cómo no, el gran baile, con esa Danza de los Caballeros de Prokofiev irrumpiendo como una tormenta –con toda la fuerza de la Ross, que brilló desde el foso durante toda la velada, bajo la batuta de Igor Dronov– para dejar paso, con la trompeta, al lirismo del primer encuentro entre los dos jóvenes.

Julieta, un papel creado a la medida de la que fuera musa de Maillot, la bailarina Bernice Coppieters (hoy maestra de ballet de la compañía), fue anoche Olga Smirnova, una extraordinaria bailarina del Bolshoi de Moscú, que ha abandonado Rusia por su desacuerdo con la actual guerra.

Su primer paso a dos con Romeo (Francesco Reisch), fue un alarde de frescura, lirismo y dominio técnico.

En el segundo y tercer acto, Maillot, sin caer en la gestualidad estereotipada del ballet tradicional, da rienda suelta a su gusto por lo narrativo con escenas donde el dramatismo, e incluso la violencia, se expresan con igual sutileza que las festivas, si bien ofrecen una gran oportunidad de lucimiento a la mayoría de los solistas: magnífica la madre Capuleto en sus explosiones de plañidera enlutada; y estupendos Fray Lorenzo con sus remordimientos, Mercucho con sus bufonadas, la Nodriza y todo el elenco.

Toda la pieza rezuma una rara conjunción entre música, movimiento y narración

En realidad, toda la pieza, tanto en las escenas corales como en los pasos a dos, hasta el más desgarrador de la muerte de los amantes, rezuma una rara conjunción entre música, movimiento y narración. Algo que solo se puede crear con un talento como el del coreógrafo francés.

Bien es cierto que debe ayudar también el hecho de tener una princesa –Carolina de Hannover– como presidenta y un presupuesto superior al del Ballet de la Ópera de París; pero no lo es menos que, sin un duro trabajo y una férrea disciplina, sería imposible lograr una pieza de la perfección y la belleza de este aplaudidísimo Romeo y Julieta que el público sevillano tendrá ocasión de disfrutar hasta el próximo sábado.

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