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Sigue el decaimiento creativo

  • No ha ganado la mejor película, sino la más amable, ‘Coda’

Jane Campion esgrime su oscar.

Jane Campion esgrime su oscar. / EFE

REPASAR los Oscar a las mejores películas y directores es una forma de tomarle la temperatura a Hollywood. Que la industria está desnortada desde hace muchos años lo demuestra los concedidos en lo que llevamos de siglo XXI a las mejores películas, de entre las que solo destacaría El Señor de los Anillos: El retorno del rey, Million Dollar Baby, No es país para viejos y quizás Parásitos. Las otras premiadas huelen a maniobras oportunistas para intentar conciliar taquilla y corrección política. Que Hollywood no tiene más moral que la taquilla –es decir, la expectativa del público– es sabido. ¿Conviene la procacidad? Arriba Mae West con sus réplicas y contoneos. ¿Quita público? Abajo Mae West y código Hays al canto. ¿La promiscuidad de las estrellas aumenta su glamour? Se les inventan biografías escandalosas y se potencia esa imagen: la conocida bisexualidad de Dietrich añadía morbo a sus películas cuando, como en Marruecos, besaba a una mujer vistiendo un frac. ¿Las poderosas ligas de la decencia –tan parecidas a las actuales de la corrección política– rechazan tales atrevimientos? Pues se oculta su sexualidad real: se llegó a presionar a Rock Hudson para que se casara con una secretaria. En cuanto al Oscar a mejor dirección no debe ser casual que, en muchos casos sin que se corresponda el premio a la calidad de su trabajo, en la última década lo hayan obtenido en cinco ocasiones directores mexicanos y en tres, asiáticos. Lo cual está muy bien siempre que sean los valores de las películas los que primen.

En la edición de este año no ha ganado la mejor película, sino la más amable –Coda– de entre las nominadas que, la verdad, poco o nada importante aportaban. Más chocante es el premio a Jane Campion como mejor directora por el trullo de El poder del perro, aunque también hay que decir que gigantes como Spielberg o Anderson competían con títulos fallidos. En mejor actor protagonista, aun dando prioridad políticamente correcta a los intérpretes afroamericanos, es superior el Denzel Washington de Otelo al premiado Will Smith (aunque el bofetón le convirtió en la estrella de la noche). Todas las actrices nominadas –menos Penélope Cruz y Olivia Colman– estaban sobrecargadas de maquillaje para parecerse a los personajes que interpretaban. Lo mismo da que ganara Kidman, Stwart o la finalmente premiada Chastain (curioso que en esta edición de actrices hipermaquilladas, los Oscar a maquillaje y peluquería fueran considerados de segunda fila: con justicia lo ganaron quienes transformaron a Chastain en Tammy Faye). Troy Kotsur es un justo ganador como actor de carácter (y además su premio impidió que lo ganara Kodi Smith-McPhee: algo es algo). Lo de Adriana De Bose estaba cantado –nunca mejor dicho– y la prensa ha destacado que sea la primera afroamericana gay que ha ganado un Oscar. En lo que a mejor película internacional se refiere Fue la mano de Dios es superior a la premiada Drive my Car. Justos los premios de animación (Encanto y nuestra El limpiaparabrisas). En cuanto a la música, considero superiores los trabajos de Alberto Iglesias y Johnny Greenwood al de Zimmer.

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