KATIUSKA | CRÍTICA

Desde Rusia con amor... a la zarzuela

Escena del primer acto de 'Katiuska'

Escena del primer acto de 'Katiuska' / Manuel Cuadrado

No cabe sino aplaudir sin reparo ninguno el trabajo y la ilusión que la Compañía Sevillana de Zarzuela, con el incansable Javier Sánchez-Rivas al frente, viene haciendo por sostener encendida la llama de la afición por la zarzuela en una ciudad que tanta relación tuvo con el género en el pasado. Dos mil socios (de largo la asociación musical más numerosa de Sevilla) la sostienen fielmente y llenan de forma absoluta todas las representaciones, como ésta en la que se ha puesto sobre el escenario del Lope de Vega la opereta primeriza de Pablo Sorozábal Katiuska, la mujer rusa. La compañía dispone de escenografías y vestuarios históricos que ha ido adquiriendo y restaurando, como es el caso de esta obra en la que la escenografía fue diseñada por Carlos Carvalho, el escenógrafo de cabecera de José Tamayo y sus míticas antologías de la zarzuela. Escenografía única pero bien resuelta, eficaz en lo teatral, con una dirección de escena ágil de Marta García-Morales que defendió a la perfección la dimensión teatral del espectáculo.

En lo musical, Elena Martínez Delgado mostró modales muy elegantes en la dirección, con atención a las voces y consiguiendo que la pequeña orquesta sonase con empaste. Eso sí, no pudo evitar que la orquestación pesante de Sorozábal, con tendencia a sobrecargar los metales, desequilibrara el sonido global y tapase en algunos momentos a las voces. Claro que también hay que lidiar en este caso con la acústica seca del teatro (demasiadas moquetas y telas), que impide que las voces corran apropiadamente y que, por ello, hace que compitan en desventaja con el foso.

Carmen Jiménez cantó con exquisito gusto. La voz es más bien pequeña de volumen y de extensión, pero suena muy timbrada. El fraseo fue muy cuidado y tuvo momentos muy logrados, como el ataque limpio y directo al agudo al final de "Vivía sola". Su otra romanza, "Noche hermosa", sonó con delicadeza y lirismo. Andrés Merino fue el Comisario Pedro Stakof. La voz es de atractivo timbre y suena con fuerza en la franja central, donde además sabe controlarla y regular en aras de una mayor expresividad; pero al subir a la franja superior hubo algunos estrechamientos y pérdida de definición. Empezó algo frío en "Calor de nido", pero en "La mujer rusa" encontró la apropiada colocación para una interpretacón llena de bravura. Diego Morales fue un Príncipe de voz extremadamente nasal y de timbre caprino, además de un actor inexpresivo. Todo lo contrario que Marta García Morales, tan espléndida actriz como solvente cantante que firmó una "Canción ucraniana" llena de gracia y finura. Tan importantes como los cantantes solistas son en la zarzuela los actores-cantantes a quienes se confían los papeles cómicos. Aquí pudimos volver a sonreir y reir con los estupendos Alejandro Rull, Alica Naranjo, Carlos Ortega, Mario Coello y Aurora Galán. En sus breves intervenciones, el coro sonó con empaste y con brillo en las voces femeninas.

Esperamos, pues, con ilusión las nuevas propuestas de zarzuelas para el próximo año, para que este género musical no desaparezca de la ciudad.

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