Artes escénicas

Venerando la fe canalla de nuestros bares (y de la vida)

Antonio Romera, "Chipi"

Antonio Romera, "Chipi" / DS

Son muchas las analogías que podríamos formular entre una iglesia y un bar. Para empezar, atendiendo a la etimología de la primera palabra, esta proviene del latín, ecclesia, que significa asamblea o reunión. Tanto en uno y otro lugar nos reunimos. En uno y otro lugar se construye comunidad, y se comparte, y también nos redimimos y cuidamos el cuerpo y el espíritu. En Sevilla tenemos majestuosas iglesias y estamos bien servidos de espléndidos bares -con frecuencia ambos coinciden en cuestión de metros-. 

Esta semejanza -esta imagen y semejanza- entre nuestros bares y nuestras iglesias se ha concretado en el espectáculo El bar nuestro de cada día, monólogo musical protagonizado por Antonio Romera, "Chipi", y con la dirección de Ana López Segovia. La propuesta se escenificó en una de las salas del espacio Cartuja Center, con aforo completo. No cabía un parroquiano más en esta sala. Humor inteligente, canciones, divertidísimos discursos, música -de los ritmos latinos al flamenco-. Un repertorio, o una liturgia, que propició risas, emoción y aplausos desde el inicio -fueron más de dos horas de espectáculo-.

El bar nuestro de cada día trata la despedida de un parroquiano que ha fallecido. Uno de esos personajes, entre excéntrico, sabio, melancólico y vividor, que todos tenemos en mente cuando imaginamos el ecosistema tabernario. El funeral del amigo que ya no está se celebra -y no en un sentido solemne o gris- en un bar en el que Chipi es camarero.

"En este atípico funeral, además de humor, también hubo emoción, hondura"

A eso de las nueve y cuarto de la noche se apagaron las luces del escenario y el músico Javier Galiana, haciendo labores de sacristán, encendía el pabilo de las velas, al tiempo que bebía de una botella colocada en el altar -sustentado por cajas de botellines-. Minutos después, se abría la puerta que da acceso al patio de butacas, por donde acababa de entrar el público. Pero en este instante lo que comenzaba a discurrir era un cortejo fúnebre. Con Antonio Romera portando una especie de cruz parroquial hecha con una botella y un sacacorchos cuyos brazos simulaban el madero horizontal de la cruz. Justo detrás, el féretro, coronado por una guitarra y unos claveles. Completaban la escena -que ya provocaba las primeras risas- el resto de participantes de la obra: Pasión Vega, Javier Ruibal, el escritor y periodista Juan José Téllez, la escritora y columnista de Diario de Sevilla Carmen Camacho, el bailaor Marco Vargas y los músicos del show. 

"Bienvenidos aquellos desencantados de las religiones y que venís a buscar la fe canalla", anunciaba Antonio Romera, al tiempo que se marchaban el resto de participantes y el ataúd del parroquiano amigo se depositaba en el centro del escenario. Del fallecido no supimos su nombre, pero sí su apodo: "El Malandro". De "El Malandro" fuimos conociendo sus teorías, sus divagaciones, sus amores -el amor a Magdalena- y la causa de su muerte. "El Malandro murió de muerte natural, porque lo natural era que se muriera de todo lo que bebía", pronuncio Chipi, en una de esas intervenciones que desencadenaron la carcajada y los aplausos. 

Pero en este atípico funeral, además de humor, también hubo emoción, hondura. Esa hondura que sucede en las conversaciones que se dan entre gentes con personalidad, con poso. El camarero -Antonio Romera- recordó un diálogo, soberbio, que mantuvo con "El Malandro", en el que este hablaba de los bares como "templos de nuestro tiempo". En el sentido de que en el bar el tiempo nos pertenece. No se lo damos a otros, como sí sucede en el trabajo, por ejemplo. Aquí, en la taberna, no es así. La taberna es el lugar en el que nos dedicamos a nosotros, a lo que nos apetece, a disfrutar, a pasar nuestro tiempo, que ahí es nuestro y de nadie más. "Que no te tachen de flojo porque quieras tu tiempo para ti", sentenció Chipi, entre la broma y la reivindicación, en alusión a la imagen tópica que se tiene de los andaluces.

"Menos mal que no se ha celebrado este funeral en el Lope de Vega, Malandro", bromeó Antonio Romera, y añadió, "menos mal que se ha celebrado en el bar". Un comentario con el que el público se rindió. Y hubo más del estilo: "Hay amores como el jamón: tienen que ser finitos, porque si no se te hace bola". Y más reflexiones y teorías similares. Las cuales seguían arrancando el fervor -la devoción- de los asistentes.

"El bar nuestro de cada día despachó una sencilla pero relevante lección: celebrar, cuanto se pueda, de esta vida"

 

Juan José Téllez dedicó unos versos al amigo "El Malandro", al igual que Carmen Camacho, quien leyó el poema "España 1 - Holanda 0". Con un cierre que, entre tanta risa y humor inteligente, conmovió: "Perdido perdedor en la noche de la gran victoria", concluía la poeta. El baile -a compás de sevillanas- corrió a cargo de Marco Vargas y la música la puso Javier Ruibal y Pasión Vega. La cantante interpretando el tema Gracias a la vida, de Violeta Parra. "Gracias a la vida que me ha dado tanto. / Me ha dado la risa y me ha dado el llanto". Mucha risa y poco llanto en este monólogo musical.

Terminó la obra con los protagonistas bajando del escenario, y con un plato de jamón que el músico Javier Galiana repartió entre las butacas. Todo llegó a su fin con un muy buen sabor de boca. Y con la certeza de que hemos venido a este mundo para festejar, para disfrutar, para vivir a pesar de toda adversidad y de todo revés. El bar nuestro de cada día despachó una sencilla pero relevante lección: celebrar, cuanto se pueda, de esta vida, y rendirle culto, sí, pero sin sacralizaciones ni tremendismos. Porque vendrán valles de lágrimas, pero ningún viaje es eterno. 

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