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Crítica 'La gran apuesta'

Verdugos y víctimas en el mejor retrato de la crisis

la gran apuesta. Comedia, EEUU, 2015, 130 min. Dirección: Adam McKay. Intérpretes: Brad Pitt, Christian Bale, Ryan Gosling, Selena Gomez, Karen Gillan, Marisa Tomei, Steve Carell y Melissa Leo. Guión: Adam McKay y Charles Randolph. Fotografía: Barry Ackroyd.

Nada hacía presagiar que Adam McKay, el director de cabecera del cómico Will Ferrell -El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, Pasado de vueltas, Hermanos por pelotas, Los otros dos, Los amos de la noticia-, diera para algo más que para esos groseros juguetes cómicos que algunos celebran como la Nueva Comedia Americana. Pero resulta que da para más, incluso para mucho más. Porque La gran apuesta es una seria y descarnada aproximación a los submundos políticos, bancarios y financieros que hicieron posible la crisis mundial que estalló en 2007 y todavía estamos sufriendo y pagando.

McKay traslada a la ficción lo que Inside Job contó en forma documental; y lo hace con mayor fuerza que Margin Call o The Company Men. El guión perfecto y complejo está escrito por el propio McKay y por Charles Randolph (La vida de David Gale, La intérprete) y se basa en el libro del periodista económico y escritor Michael Lewis. Christian Bale es Michael Burry, el genio que intuyó la extrema fragilidad de las hipotecas sub-prime, apostando contra el mercado inmobiliario; Steve Carrell es, bajo otro nombre, Mark Baum (que queda por encima del espectacular Bale gracias a su emotiva y contenida interpretación), un honrado gerente de fondos de cobertura que asiste con pavor al hundimiento; Ryan Gosling es Greg Lippmann, un comercial del Deutsche Bank; un fantástico y casi irreconocible Brad Pitt es el banquero Ben Hockett que monta un tinglado con los aventureros inversores Charlie Geller y Jamie Shipley, interpretados por John Magaro y Finn Wittrock. Todos -identificados en la presentación de la película- protagonizan historias paralelas que acaban por converger en el desastre que nadie quiere admitir, todos temen y ellos aprovechan para enriquecerse.

Lo que hace distinta y mejor a esta película que otras que han tratado el mismo tema es su habilidad para insertar las historias personales de tipos perfectamente dibujados -el gran reparto es clave en esta cinta fundamentalmente de actores- en el complejo escenario del origen y estallido de la crisis; y a este en un retrato veraz de la América cotidiana que vive sin saberlo -sin que se lo digan- al borde del abismo en el que caerán mientras mientras los especuladores sacan tajada de su ruina como si le estuvieran quitando la cartera a un desgraciado mientras cae desde lo alto de un rascacielos. Este fondo, este gran retablo americano siempre presente de desgracias, ruina de la clase media, pérdidas de viviendas y trabajos, barrios y zonas residenciales abandonados, empeoramiento de las condiciones de vida de los más débiles, trazado casi con estilo documental, es lo que da una emoción resuelta en rabia hacia los causantes de la catástrofe y a las especulaciones carroñeras de los protagonistas. Y en compasión hacia la ordinary people que se cree segura en su moderada búsqueda de la felicidad ignorando que vive sobre una fina capa de hielo que se está fundiendo.

Uno acaba no enterándose de casi nada, porque para hacerlo hace falta un máster en Harvard. Lewis (libro), McKay y Randolph (guión) lo saben. Por eso la voz off narradora dice, apenas pasado un vertiginoso cuarto de hora de película, que todo parece muy aburrido y complicado, pero eso es precisamente lo que quieren los de Wall Street para convertir sus manejos en ciencia indescifrable para el ciudadano común y hasta en una especie de brujería. Y después, en guiños divertidos, atrevidos y eficaces con perfume a Sorrentino, Margot Robbie (la actriz que interpretó a la mujer de Belfort/Di Caprio en El lobo de Wall Street) aparece haciendo de sí misma para explicarnos el fraude de las hipotecas sub-prime mientras toma un baño de espuma y bebe champán en un lujoso cuarto de baño o un prestigioso chef y la pop star Selena Gómez nos explican lo más intrincado del caos financiero mientras el primero cocina y la segunda juega a las cartas en Las Vegas. Al final comprendemos a medias pero acabamos sabiéndolo todo gracias a la precisión del guión, el fantástico ritmo del montaje y la exacta planificación que convierten la tensión y la extorsión en sensaciones poderosamente transmitidas por las imágenes, las extraordinarias interpretaciones de todo el reparto y algo que no podíamos sospechar en McKay: densidad dramática, profundidad humana y compasión.

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