REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA

Wagner sin palabras sigue siendo Wagner

La Sinfónica en todo su esplendor.

La Sinfónica en todo su esplendor. / Marina Casanova

12 de agosto de 1992. Teatro de la Maestranza. Lorin Maazel dirige a la Orquesta Sinfónica de Pittsburgh, presentando en Sevilla su síntesis sinfónica de la tetralogía de Wagner. Treinta y dos años después, El anillo sin palabras volvió a sonar en el Maestranza, derramando por su sala las añoranzas de la música de Wagner. El trabajo de Maazel es laudable y está bien entrelazado, seleccionando los más bellos pasajes orquestales, aunque siempre habrá algún momento que el aficionado wagneriano eche de menos.

Soustrot volvió a ejercer el magnetismo y a sacar provecho de su sintonía con la Sinfónica, en este caso gloriosamente en su máximo despliegue, con cuatro arpas y nueve trompas, por ejemplo. Con ello, el sonido fue de una compacidad y de una plasticidad sobresalientes en todas las secciones, destacando en esta ocasión la exigida sección de metales. Empezando, además, desde los primeros compases, con ese audaz momento escrito por Wagner para las trompas en un adelanto de lo que será siglo y pico más adelante el phasing de Steve Reich. El pedal omnipresente con el acorde fundamental de Mi bemol se fue transformando en figuras ondulantes en unas cuerdas sedosas y brillantes, en un crescendo magistralmente regulado por Soustrot. Quizá el momento menos logrado fue el descenso al Nibelheim, de inicio tímido y con poca presencia de los yunques (sólo dos, frente a los dieciocho exigidos por Wagner). La cuerda grave sonó de forma rotunda y profunda en el inicio de la primera jornada, para dar paso a unos violines llenos de calor en el encuentro de los welsungos. Tras la exhibición de los metales en la Cabalgata de las valquirias, la cuerda sacó sus timbres más delicados para la despedida de Brunilda antes de sumirse en el sueño de la mano de su apdre Wotan. La capacidad de matización del sonido y de los colores de la orquesta, especialmente de las cuerdas dejaron en la memoria otro momento de belleza sin par en Los murmullos del bosque. Pudo faltarle un punto de más intensidad a la primera frase en arabescos de las cuerdas graves en el arranque de la marcha fúnebre por Sigfrido, pero salvo en eso se convirtió en otros de los vórtices sonoros y afectivos del concierto, para desembocar de la mejor forma posible en la inmolación de Brunilda, el incendio del Walhala y el regreso del Oro al Rhin de la mano de ese impresionante tema que representa la redención por el amor y que cierra de manera conmovedora y asombrosa la inmortal saga wagneriana.

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