Cultura

Zarzuela en la encrucijada de la Modernidad

La Hispalense cierra curso con un concierto de zarzuela. El Teatro Central anuncia dos zarzuelas. El vociferante defensor de lo contemporáneo escribe del género chico. El director del Inaem defiende la zarzuela contemporánea. Cuando los talibanes de la contemporaneidad se ponen a hablar de zarzuela, además de sentir un siniestro escalofrío, a uno se le ocurre que algo está cambiando en relación con un género tan tradicionalmente denostado por muchos de los que ahora lo reivindican de forma oportunista.

En fin, bueno sea si es para que en esta ciudad, que antaño tuviese un teatro exclusivo del género chico (Teatro del Duque), otro de zarzuela grande (Teatro Cervantes) y otro para zarzuela al aire libre (Teatro Eslava), se pueda disfrutar de algo más que de un título al año y en momentos que no sea con toda la canícula despeñándose inmisericordemente sobre nosotros.

Resulta muy sugerente comparar la gala de anoche con las recientes funciones de La tabernera del puerto. Si allí la ROSS fue la orquesta que todos conocemos habitualmente, anoche fue un conjunto sin interés, sin conjunción y sin sonido definido. Muchas fueron las entradas desajustadas, los violines carecieron de empaste (desastroso ataque en El caserío, por ejemplo) y los metales sonaron a charanga. David Giménez fue un director de brocha (o batuta) gorda, un mero marcacompases que tapó a menudo a las voces (a la soprano especialmente) y que no olió ni de lejos el juego rítmico de El bateo. María Gallego, con un centro de cierto atractivo, carece en cambio de proyección y de suficiente apoyo, con lo que la voz se hace abierta, inaudible en los graves y en exceso bamboleante. Por fortuna estuvo allí Bros, a quien se le entiende todo y que es un espectáculo de sensibilidad en el fraseo y de seguridad técnica, con una asombrosa capacidad de regulaciones.

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