80 años esperando al hijo
Se cumplen ocho décadas del estreno de 'Yerma', de Federico García Lorca, una tragedia sobre la esterilidad que explora la lucha ente el instinto y las imposiciones sociales.
“Quiero beber y no hay vaso ni agua, quiero subir al monte y no tengo pies, quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos”. Este lamento surgió por primera vez de la boca de Margarita Xirgu el 29 de diciembre de 1934. Pero no eran estas sus palabras ni su angustia, si no las de Yerma, la mujer consumida por el deseo de tener hijos imaginada por Federico García Lorca diez años atrás y que finalmente veía la luz tras un telón en el Teatro Español de Madrid. Xirgu, entonces una de las actrices más reconocidas del país, era la encargada de prestar su carne y su voz al personaje gracias a una excelente trayectoria con anteriores creaciones del dramaturgo granadino y a la gran amistad que le unía a él.
Una de las características más destacadas del teatro lorquiano es su interés en la figura femenina, en mostrar el papel de la mujer en la sociedad española, explorando y haciendo crítica de las hipocresías y represiones a las que era sometida. Desde la Novia de Bodas de Sangre -que cae en desgracia por seguir sus impulsos eróticos antes que condenarse a un matrimonio que la obligaría a reprimirlos- a la Zapatera de La Zapatera Prodigiosa -a quién todo el pueblo culpa del abandono de su marido aun sin conocer el motivo-, Lorca siempre se preocupó por denunciar las cadenas que, usando los conceptos de honra y pureza como justificación, aprisionaban a las mujeres. Yerma es otro ejemplo de ese afán del autor granadino, esta vez utilizando como eje central el tema de la fecundidad femenina. “Yerma es, sobre todas las cosas, la imagen de la fecundidad castigada por la esterilidad. Yo he querido hacer, de hecho, a través de la línea muerta de lo infecundo, el poema vivo de la fecundidad” decía sobre su obra en una entrevista concedida pocos días antes del estreno.
Tachada de pornográfica por algunos sectores de la sociedad de la época debido a su temática, Yerma profundiza en la batalla entre los instintos y las normas impuestas por la sociedad desde la fecundidad y la sexualidad femenina, utilizando como motivo principal la esterilidad, tema que su protagonista, obsesionada con concebir, vive como una maldición. Durante los seis cuadros que la componen, sin embargo, es constante la insinuación de que la razón del sufrimiento de Yerma, hija de una familia notablemente fértil, no reside en ella, si no en su marido Juan -que le fue impuesto por su padre-, un hombre cuya única forma de satisfacer a su esposa es la material y que usa su autoridad como marido para ignorar las ansias maternales de ella. Si la esterilidad masculina es todavía un tema delicado en la sociedad actual, que tiende a mirar primero hacia la mujer cuando hay dificultades para concebir; sugerir en 1934 que la “culpa” podía estar en el hombre era un acto de subversión, sobre todo teniendo en cuenta que Yerma se sitúa en el mundo rural, donde en aquellos años todo el sentido de la vida femenina era el cuidado del hogar y los hijos.
Además, Yerma, como ya venía siendo habitual en Lorca, también trata el tema del honor. Es el hondo sentido de honra, que tanto la protagonista como su marido tienen, el que actúa también de obstáculo para que ella cumpla su deseo. El miedo, por su reputación, hace que Juan vigile constantemente a Yerma, y la obligación social asumida por ella de ser una “mujer honrada” impide que abandone a su marido y busque en otro hombre (quizás en Víctor, un antiguo amor) el hijo que éste no le da. Esto hace de la obra una tragedia en la que la tensión entre los deseos aparentes de Yerma (el hijo), los ocultos (el amor y la sexualidad que pudieron ser y no fueron) y la autoridad que la condena a una vida estéril (su marido, Juan), va creciendo a lo largo de la obra hasta alcanzar el punto cumbre en la última escena, en la que Yerma es la que finalmente decide sobre su destino, aunque éste sea fatal.
Cuando se estrenó en 1934, en medio de una gran expectación de un público que había sido conquistado el año anterior con Bodas de Sangre -primera parte de una trilogía rural que continuaba Yerma y que quedó inconclusa con el asesinato del poeta-, la obra, además de ser un éxito entre los espectadores, fue recibida también con las mejores críticas por parte el ámbito literario, siendo elogiada incluso por Miguel de Unamuno. Una acogida, que, no obstante, no llevó a Lorca a la autocomplacencia. “Muchos hombres gloriosos, que dejaron grandes obras para la Humanidad, no conocieron durante sus vidas las lisonjas del éxito -dijo una vez cuando un periodista le inquirió sobre si estaba satisfecho con los aplausos que provocabaYerma-. En cambio, abundan los personajes que pasaron y pasan por este mundo saltando y bailando entre fiestas de éxitos, y cuyas obras bajan a la tumba y al olvido junto con ellos, o antes tal vez. Preferiría, créame usted, pertenecer a la categoría de los primeros”.
Un anhelo que, contrario al de su creación, se ha cumplido, pues 80 años después de esa declaración -y 116 desde que naciera el autor- Federico García Lorca y Yerma, entre otros muchos de sus personajes, continúan viviendo en el recuerdo colectivo como grandes entes de la cultura universal.
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