Cultura

El calor y el factor humano

  • Springsteen da un concierto memorable a golpes de temazos y de entrega que el público tardará mucho en olvidar

Fue justo lo que se esperaba: un paseo triunfal, la feliz ceremonia de celebración de una manera de entender el espectáculo que consigue cuadrar el círculo y conjugar lo que a priori se antoja imposible: trasladar a un enorme escenario, y ante una audiencia masiva, la inmediatez, la cercanía del rock’n’roll primigenio en su hábitat natural, el club.

Bruce Springsteen, con el ciertamente imponente apoyo de la E Street Band, redefine el concepto de stadium rock: lo humaniza. Es evidente que hay oficio, mucho; que todo el equipo del Working on a Dream Tour sabe de sobra qué teclas tocar para entusiasmar a sus miles de espectadores. Pero hay más, y brilla un elemento esencial: hay ganas.

Ganas de satisfacer, ganas de disfrutar. Lo de anoche en el Estadio de la Cartuja fue un boomerang permanente entre banda y público, una formidable corriente de empatía fluyendo en ambas direcciones, retroalimentándose mutuamente, desde que a las diez y veinte de la noche el grupo hiciera acto de presencia sobre las tablas. Precedido, claro, por una broma muy especial. Si en Londres había sonado London Calling y en Bilbao, a modo de introducción, Desde Santurce a Bilbao, ¿qué iba a sonar en Sevilla, Sevilla tiene un color especial? Pues aunque no se lo crean, así fue, con Nils Lofgren tocando al acordeón la popular tonada, recibida con obvio cachondeo y ganas de juerga.

En menos de un minuto, y entre los vítores del respetable, ya estaba sonando Badlands. Las pantallas laterales de vídeo, el único artificio que esta gira se permite, recogían imágenes del público y de la banda, mientras que por la central sobrevolaban unas nubes que contrastaban con el tórrido ambiente ("¿Tenéis calor? ¡Qué calor!", diría Springsteen en español varias canciones después; ya lo creemos, Bruce). Y a las primeras de cambio, ya estaba el de New Jersey recorriendo la pasarela que lo llevaba hasta su público...

Si con Hungry Heart y su memorable estribillo llegó el primer coreado masivo –"Come on!", azuzaba el músico tras cada frase–, con la larga e intensa Outlaw Pete, uno de los mejores cortes de Working on a Dream, con desérticas imágenes ahora sobre la pantalla, se rozaba el delirio. Casi nada, comparado con lo que aún estaba por llegar: Working on a Dream, la canción, y otro estribillo lapa lo ponían de lo más fácil, sobre todo después de la soflama, en español pero con chuleta: "Esta noche lo vamos a romper todo, pero con música, espíritu y ruido. Nosotros ponemos la música, vosotros el ruido". Y el crujido fue de aúpa.

Como se puede imaginar, no faltó de nada, ni la tradicional recogida de carteles con peticiones (alguien, en lugar de pedirle una canción, le regaló un plátano y poco después apareció un abanico, que falta hacía: aquello era una fiesta).

Como en Bilbao, aquí también sacó a un chiquillo al escenario, sólo que éste no se sabía el estribillo de Waitin’ on a Sunny Day y ponía cara de asombro: "¿Pero qué me estás diciendo, Bruce?". Cateado en springsteenfilia, aprobado en simpatía.

A golpes –de temazos, de entrega– fue construyendo la E Street Band y su jefe este concierto memorable que probablemente el público al completo, y no sólo los fans, tardarán mucho en olvidar. O quizás no lo olviden nunca.

Con momentos de auténtico paroxismo –incluida versión nuclear de Lonesome Day–, el Working on a Dream Tour va camino de convertirse, si no lo es ya, en la única gira de grandes, grandes estadios en la que uno queda deslumbrado por la música y no por la presunta espectacularidad. Y me temo que Bruce Springsteen, a punto de cumplir 60 años –se dice pronto– es hoy por hoy el único capaz de llevar a cabo algo semejante: 130 mintos de concierto antes de llegar a los bises –el cierre, usted disculpe– rematados de la mejor forma posible. Nacido para correr... Pues eso.

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