Cantar, bailar, resistir, pero juntos
Vagabundus | Crítica de danza
La ficha
**** ‘Vagabundus’. Converge+. Concepto y coreografía: Idio Chichava. Intérpretes: Açucena Chemane, Arminda Teimizira, Calton Muholove, Cristina Matola, Fernando Machaieie, Judite Novela, Mauro Sigauque, Martins Tuvanji, Nilégio Cossa, Osvaldo Passirivo, Patrick Manuel Sitoe, Stela Matsombe, Vasco Sitoe. Iluminación: Phayra Baloi. Lugar: Teatro Central. Fecha: Jueves 15 de mayo. Aforo: Casi lleno.
Converge+, de Mozambique, cierra este fin de semana la temporada de danza del Central. Trece cantantes y bailarines -en Mozambique no hay diferencia- que como los de otros muchos lugares en el mundo, llevan sobre sus hombros una historia de colonialismo, esclavitud, dictaduras, terrorismo… y, en el caso de su país, una guerra civil de quince años que dejó, entre otras cosas, dos millones de minas en sus campos.
Una historia que obliga a las poblaciones -bantúes o gazatíes es lo mismo- a abandonar sus hogares para dirigirse a otros lugares más seguros, o a otros continentes. Con unas pocas pertenencias, simbólicas, absurdas -bolsas de plástico, un neumático…- caminan y caminan. Resisten con una energía verdaderamente increíble, y cuando flaquean, el grupo los sostiene, los protege, los oculta si es necesario.
Vagabundus es el canto de resistencia de unos seres humanos que vagan en busca de un mundo mejor. El canto coral y los golpes de los pies en la tierra construyen un muro sonoro que los salva de todo lo que queramos imaginar. Hay procesiones religiosas, ceremonias vudús, violentos espasmos difíciles de controlar… Y un ritmo hipnótico en el que el espectador puede entrar o no, pero nunca dudar de su sinceridad, de su entrega.
La pieza está inspirada en la Mapiko, una danza ritual del pueblo makonde. Pero no olvidemos que Idio Chichava, que creó este grupo a su regreso al país tras la pandemia, estudió en la célebre escuela de coreografía P.A.R.T.S., creada en Bruselas por la coreógrafa Anne Teresa de Keersmaeker.
Eso le ha dado alas a Vagabundus, que no es solo folklore africano, sino un trabajo muy estructurado y muy libre a la vez, con una coreografía que mezcla la geometría del espacio con la de los cuerpos semidesnudos. Chichava crea un solo núcleo con trece células que se mueve con una sincronicidad admirable, abriéndose para mostrar los discursos y el talento de sus individuos y acogiéndolos luego de nuevo en su seno.
El deseo de incluir al público en su canto de resistencia pone un final amable a una historia que, desgraciadamente, no lo tiene.
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