Maureen O'Hara, la bella y valiente irlandesa consagrada por Ford
Cine
Se cumplen 100 años del nacimiento de la inolvidable actriz de 'Qué verde era mi valle' y 'El hombre tranquilo'
Hoy hace 100 años que nació en un acomodado suburbio de Dublín Maureen FitzSimons, segunda de seis hermanos cuyas biografías demuestran que heredaron la sensibilidad artística de la madre, cantante de ópera, y la firmeza y afición al fútbol del padre, agente inmobiliario y copropietario del Shamrock Rovers Football Club, el equipo con más victorias de Irlanda. No extraña que antes de los 10 años Maureen jugara al fútbol y quisiera convencer al padre de la creación de una liga femenina, y que a los 14 lograra entrar en el Abbey Theater, considerado el teatro nacional de Irlanda.
Además de inteligencia, talento, belleza y carácter, Maureen tuvo suerte. Tras sus estudios en el Abbey marchó a Londres en busca de fortuna y pronto reparó en ella Charles Laughton, ofreciéndole un contrato para la productora Mayflower que había creado con el exiliado Erich Pommer y cambiándole su apellido por O’Hara. Para esta productora rodó su primera película como protagonista, La posada de Jamaica, dirigida por Hitchcock. Inmediatamente tuvo otro golpe de suerte que no deja de ser paradójico: la productora de Laughton y Pommer quebró y la productora RKO se hizo cargo de las pérdidas a cambio de que ellos y sus actores bajo contrato pasaran a la compañía y que Laughton interpretara en Hollywood Esmeralda la zíngara, cuyo papel estelar femenino el actor logró que se encomendara a una O’Hara que así, nada más llegar a Hollywood en 1939, se consagró.
Había nacido una de las "reinas del tecnicolor", una belleza dura como esculpida, unos ojos verdes arrebatadores, una sonrisa tan limpia como su carácter –todos los testimonios coinciden en su rectitud, bondad y firmeza–, un aire atlético idóneo para películas de aventuras y westerns, como si su personalidad pidiera aire puro y acción. Fue la estrella de El cisne negro (King, 1942), Las aventuras de Buffalo Bill (Wellman, 1944), Los piratas del mar Caribe (Borzage, 1945), Simbad el marino (Wallace, 1947), Orgullo de comanche y La isla de los corsarios (Sherman, 1950 y 1952), Lady Godiva (Lubin, 1955), Compañeros mortales (Peckimpah, 1961) o El gran McLintock y Una dama entre vaqueros (McLaglen, 1963 y 1966).
Además de algunas comedias de gran éxito (De ilusión también se vive o Tú a Boston y yo a California) y dramas bajo las prestigiosas direcciones de Renoir (Esta tierra es mía), Ray (Un secreto de mujer) o Reed (Nuestro hombre en la Habana). Se fue retirando del cine tras su boda en 1968 con el brigadier Charles F. Blair –propietario de unas líneas aéreas, a quien consideró el mejor hombre que había conocido junto a su padre y John Wayne– y del todo cuando este murió en un accidente de avión en 1978 y ella se hizo cargo de la compañía.
Por estos logros Maureen O’Hara hubiera sido una más de las simpáticas reinas del tecnicolor –como María Montez, Debra Paget o Virginia Mayo– de no haberse encontrado en los círculos irlandeses de Hollywood en 1940, nada más llegar, con John Wayne y John Ford. Sólo con cinco películas Ford la convirtió en una de las actrices esenciales de la historia del cine. Aunque se suela pensar lo contrario, Ford creó grandes personajes femeninos y dirigió con maestría a grandes actrices ofreciéndoles algunos de los mejores papeles de sus carreras. Si en su universo son fundamentales los personajes creados por John Wayne, James Stewart, Henry Fonda, War Bond, Harry Carey o Victor McLaglen, no son menores los de Claire Trevor, la Dallas de La Diligencia; Claudette Colbert, la Lana de Corazones indomables; Mildred Natwick, la Freda de Hombres intrépidos y las extraordinarias Abyb, la mujer del mayor Alishard en La legión invencible, y la viuda Sarah Tillane de El hombre tranquilo; Linda Darnell, Chihuahua, la desgarrada amante de Doc Hollyday en Pasión de los fuertes; Anna Lee e Irene Rich, las esposas del capitán Colingwood y el sargento O’Rourke, encarnaciones –como la antes citada Milderd Natwik– de las mujeres fuertes de los militares destinados en remotos fuertes; Joanne Dru, la Denver de Caravana de paz; las Kelly y Gardner de Mogambo; Olive Carey, la señora Jorgensen, la del apasionado discurso sobre la dura vida de los pioneros en Centauros del desierto, Dorothy Jordan, el amor imposible de Ethan, y Vera Miles, el amor posible de Martin, en esta misma película; Constance Towers, la dama sureña de Misión de audaces y la joven causante del juicio de El sargento negro (en la que brilla por penúltima vez en su larga carrera la antigua reina del Broadway de los años 20 y Bruja Buena del Norte de El mago de Oz Billie Burke interpretando a la anciana e hilarante Cordelia, la mujer del coronel Fosgate); Jeanette Nolan, la señora Ericson de El hombre que mató a Liberty Valance, otra fuerte pionera, y Vera Miles, la Hallie que le rompe el corazón a Tom Doniphon; la monumental Dolores del Río de El gran combate… Y por sobre todas ellas la extraordinaria Jane Darnell que interpretó personajes monumentales de fuertes matriarcas o mujeres de fiera independencia en Las uvas de la ira, Pasión de los fuertes, Tres padrinos, Caravana de paz, El sol siempre brilla en Kentucky y El último hurra.
Pero, por muchas y buenas actrices que dirigiera y grandes personajes femeninos que les hiciera crear, se puede decir de Maureen O’Hara y Ford lo que Conan Doyle escribió de Irene Adler y Holmes en Un escándalo en Bohemia: "Ella es siempre, para Sherlock Holmes, la Mujer". También lo fue para Ford. Con él Maureen O’Hara fue la Angharad de Qué verde era mi valle, la Kathleen de Río Grande, la Mary Kate Danaher de El hombre tranquilo –y estos tres personajes bastarían para hacerla inmortal–, la Mary O’Donell de Cuna de héroes y la Min Wead de Escrito bajo el sol. Sus relaciones con Ford fueron difíciles –¿las de qué actor o actriz no lo fueron?– y O’Hara contó que llegó a obsesionarse con ella. Pero no pasó de ahí la cosa. Porque esta mujer, tan valiente y honesta como sus personajes (pocas veces lo que muestra la pantalla se ha correspondido tan estrechamente con la personalidad real) no permitía que nadie la acosara: fue la primera que denunció en 1945 el acoso de directores y productores ("soy una indefensa víctima de Hollywood en una campaña de chismorreos porque no dejo que el productor y el director me besen o manoseen cada mañana") y no dudó en perder papeles importantes "porque no iba a portarme como una zorra, esa no era yo". Falleció en 2015, a los 95 años, mientras dormía.
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