El cine de Ferragosto
Gianni di Gregorio prolonga con su entrañable díptico la tradición de la comedia italiana de verano que cimentaron ilustres colegas como Risi, Comencini, Fellini o Moretti
La comedia italiana, aquel prodigioso invento del milagro económico de los años 50 nacido de las cenizas de la posguerra, el Neorrealismo y su cruce industrial con los géneros populares, ha retratado en numerosas ocasiones esa encrucijada del verano, en pleno mes de agosto, en la que la ciudad, Roma para más señas, se queda prácticamente vacía con la salida de los veraneantes de puente o fin de semana hacia las playas o destinos más cercanos en la festividad de Ferragosto.
Cuenta la enciclopedia digital que la tradición del Ferragosto (Feriae Augusti), que se celebra en Italia el 15 de agosto, fue instituida en el siglo XVIII a.C. por el Emperador Augusto para celebrar y marcar en el calendario estival una tradición más antigua aún relacionada con el fin de las actividades agrícolas. Ya durante el periodo fascista, a partir de la segunda mitad de los años 20, el Ferragosto adquirió visos de breve periodo vacacional oficial e institucionalizado con la promoción por parte del régimen de viajes organizados que permitían a las clases populares conocer sus ciudades, sus rincones rurales y sus monumentos en excursiones de un día.
Nuestro generoso redactor enciclopédico incluye también en la entrada española una lista de títulos del cine italiano ambientados en Ferragosto, casi un género en sí mismo: Ferragosto en bikini (1961, Girolami), L'Ascensore (1976, Comencini), Un sacco bello (1980, Verdone) o el éxito reciente Manuale de Amore 3 (2011, Veronese).
No faltan en esta lista Il sorpasso (1962), de Dino Risi, Caro diario (1992), de Nanni Moretti, o la que sin duda es el mejor título ferragosteño, Pranzo di Ferragosto (2008), de Gianni di Gregorio, una gozosa comedia costumbrista capaz de integrar la mejor tradición local con unos aires y un desparpajo realistas que rara vez asoman en el cine con tanta autenticidad y encanto.
En el Ferragosto en blanco y negro de Risi, el pícaro Vittorio Gassman y el estudiante Jean-Louis Trintignant huyen de una Roma desolada para adentrarse en un viaje (sin retorno) en descapotable por esa Italia veraniega de fiestas, playas y chiringuitos tras la que se esconde, empero, una mirada amarga, más próxima a La dolce vita o a Antonioni de lo que podría imaginarse, a la superficialidad de un tiempo aparentemente feliz que acabaría por truncarse pronto.
Algo de eso hay también en la Roma (1972) de Fellini, un retrato poliédrico y libre de la ciudad eterna filtrado por el artificio, la memoria, el mito y lo oculto que nos dejó, entre otras estampas inolvidables, aquella batida nocturna en motocicleta de una pandilla de jóvenes que nos descubría, como si de una ensoñación, una gran escenografía o una fantasmagoría se tratara, los rincones, calles y monumentos históricos de la ciudad.
También en el primer episodio de la autobiográfica Caro diario, Moretti confiesa algunas de sus pasiones cuando el verano toca a Ferragosto y la ciudad se queda desierta y silenciosa, cuando muchos cines cierran y apenas pueden verse películas pornográficas, de terror o italianas. A Moretti le gusta recorrer en moto los barrios de la ciudad, los del centro y los de la periferia, ver y filmar edificios y áticos en los que le gustaría vivir, ir a las verbenas populares y ver bailar a la gente, ver alguna película en el cine que le recuerde la falta de sensibilidad de los críticos, visitar por primera vez, en fin, el lugar en el que fue asesinado Pasolini.
En un momento de Pranzo di Ferragosto, nuestro protagonista, un cincuentón afable, soltero, con ojeras y sin blanca, también sale en moto con su amigo del barrio (un luminoso Trastevere de adoquines y tonos ocres) para buscar pescado para la comida. En su piso alquilado ha dejado a cuatro ancianas de las que se hace cargo a regañadientes para pagar favores y de las que recibe, impertérrito, cualquier dinero o propina que quieran darle como compensación. Gianni (Di Gregorio, guionista y director, un señor que llegó muy tarde a esto del cine) organiza así una jornada vacacional memorable como antihéroe urbano: un tipo fácilmente caricaturizable que, en sus manos, se convierte en un auténtico titán de la romanidad más gestual y gozosa, un verdadero tipo de comedia capaz de hacer bailar a sus entrañables ancianas (con la portentosa Valeria de Franciscis como su mamma, una anciana coqueta y dominante de aires sofisticados) en un pequeño piso convertido en un auténtico teatro humano sobre los caprichos, las envidias y las mezquindades observado siempre desde la comprensión y el afecto por sus criaturas.
Tres años más tarde, Di Gregorio se reencarnaría en otro personaje parecido para seguir rodeado de mujeres. El Gianni pensionista de Gianni e le donne tiene una misma madre caprichosa, una esposa que abusa de su bondad e intenta despertarlo de su apatía, una hija que se ha traído al novio a vivir a casa, una hermosa vecina con perro y un amigo abogado que le anima echar una cana al aire. Crónica del hombre maduro en crisis, el filme retrata a nuestro protagonista en una Roma popular, luminosa y estival en la que cada mujer es un estímulo y también la encarnación de una gloriosa y melancólica renuncia.
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