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Las ciudades de Fernando Ortiz

El autor sevillano presenta 'Poesía de una vida', una antología de los versos más destacados de su trayectoria, y 'Miradas al último espejo', un inventario de afectos que recoge sus creaciones más recientes

Fernando Ortiz, en el acto de presentación de sus libros, celebrado ayer en la Casa de la Provincia.
Braulio Ortiz / Sevilla

25 de mayo 2011 - 05:00

El sevillano Fernando Ortiz siempre ha sabido que la poesía es una ciencia extraña, una disciplina que en su minuciosa observación de lo humano es capaz de emparentar con lo sagrado. En la visión de Ortiz "cualquier poeta persigue el milagro", entendido éste como un portento que ofrece "una mirada que ve el lado nuevo u oculto de las cosas", y que como en aquel acorde del que escribió Cernuda es "un instante que lleva en sí la eternidad". A veces el autor avanza "sin fe ni certidumbre", y hace de "su miedo y su torpeza" la sangre que bombea en cada verso, quizás porque entiende que de ese desvalimiento extraerá la desnuda verdad de la existencia. Esa entrega sin concesiones con que Fernando Ortiz ha desarrollado su trayectoria se celebró ayer en la presentación de dos publicaciones de su obra: Poesía de una vida. Antología poética, 1978-2011, y Miradas al último espejo (Poesía 2007-2010), ambas editadas por la Diputación de Sevilla.

El catedrático Manuel Ángel Vázquez Medel, que participó en el acto junto al autor, definió a Ortiz como "un poeta cuya calidad, cuya dignidad, están fuera de toda duda", alguien que por su independencia y su labor callada "no ha tenido una crítica al uso, pródiga en elogios fáciles, pero sin embargo ha tenido alguno de los mejores lectores, escritores y críticos de la poesía contemporánea". Su obra está "fuera del mercado", según proclama, porque es un creador que se fija como destino algo más allá de lo anecdótico, que va, como anotó una vez, "a lo humano esencial, a eso que trasciende razas, clases, credos, fronteras, y se llama Poesía con mayúscula". Como apuntó el especialista Jacques Issorel, de la Universidad de Perpiñán, sus versos "los leerán los nietos de nuestros nietos con la misma emoción, el mismo placer, porque su belleza y verdad profunda llevan el sello de lo universal".

La antología Poesía de una vida se abre con las palabras que Ortiz pronunció en la Biblioteca Infanta Elena el 16 de febrero de 2010, cuando el Centro Andaluz de las Letras le dedicó un homenaje con el mismo título que más tarde llevará el libro. Ha sido el propio escritor el que ha realizado la selección de los poemas contenidos en el volumen, un recorrido desde Primera despedida (1978) hasta Último espejo (2007). En el camino asoman algunas de las inquietudes que han caracterizado su producción: el respeto a los clásicos y la tradición de la que se siente heredero -Ellos y muchos más que injusto olvido. / Si mi palabra vale viene de ellos, confiesa en un poema tras detallar sus influencias-; la soledad y el desencanto, como parte de un descarnado retrato de sí mismo -Pensaste que los añosdaban serenidad, y no impotencia, se lamenta en Tarde de primavera- o la fidelidad y gratitud a los amigos -muchos de ellos compañeros de oficio- son algunos de los pilares sobre los que Ortiz asienta su poesía.

Miradas al último espejo parece cerrar un círculo: Francisco Brines, que prologó el primer libro de Ortiz, introduce con sus palabras ahora el último. Un dato señala la fidelidad que ha tenido consigo mismo el poeta sevillano: las impresiones que redactó el valenciano la primera vez -"A Fernando Ortiz le interesa desvelar en sus versos la aventura fatal y derrotada del hombre"- poseen validez todavía. Un libro en el que el autor, ahora enfrentado a la enfermedad, hace un emotivo inventario de afectos y reafirma su "amor profundo / por esta vieja amiga", como él llamó a la vida en un poema (y un libro) de 1984, y más tarde en sus Obras completas. Ayer compartía con los asistentes a la presentación de los libros su perspectiva de la existencia. "En cada edad la vida es la misma, pero la contemplamos de diferente manera. Como cuando nos alejamos de una ciudad que está en una sierra laberíntica, y desde un altozano la vemos con diferente perspectiva, y si nos internamos en sus calles vamos descubriendo mil rincones inesperados. Esa ciudad es la vida, y en las palabras del verso se entrelazan música, imágenes e ideas que sintetizan nuestra mirada cargada de tiempo. Esto hace posible que escribamos poesía siempre sobre el mismo tema, y en el mejor de los casos con diferentes matices".

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