La comedia que alcanzó a las risas
Panicomedia. Autores y actores: Joserra Leza y Moncho Sánchez-Diezma. Puesta en escena: Antonio Campos. Lugar: Sala La Fundición. Fecha: Jueves 15 de marzo. Aforo: Casi lleno.
La fama les precedía y Joserra Leza y Moncho Sánchez-Diezma, actores queridos, recibían risas al salir simplemente a escena para inaugurar El inglés en dos palabras. Luego, y eso es lo verdaderamente importante, la representación fue capaz de ponerse a la altura de esa precoz algarabía, sancionando de paso el visionarismo de los entusiastas espectadores. Colección de sketches en su mayoría rápidos y contundentes, El inglés en dos palabras se va así engrasando mientras avanza, cuando se asienta su estructura y desde la apariencia anárquica y surrealizante se van consolidando los diversos y divertidos personajes encarnados por el dúo protagonista.
Buscando el siempre difícil equilibrio entre bondades físicas y textuales, Leza y Sánchez-Diezma salen ilesos de la prueba de fuego del humor mínimo: economía de atrezzo y vestuario y precariedad escénica... ahí donde el actor sólo tiene su cuerpo y su voz para llenar el espacio y el tiempo. La pasarela de personajes -alumnos, profesores, mujeres- es amplia, justo como la versatilidad de una pareja que puede atacarlos con éxito tanto desde la gestualidad como desde la palabra. Y ambos tienen su momento para ese doble lucimiento, siendo Joserra Leza, dueño de un físico más singular, quien más tense esos extremos en su doble interpretación de alumno semiautista de inglés y de profesor jesuita de la misma lengua, inolvidable padre Ibarrola, protagonista del más brillante segmento de la comedia.
Hay también en El inglés en dos palabras una gran virtud que nace de esa misma necesidad de aplicación y concreción que venimos comentando. Se trata de la magnífica desvergüenza, muy british (la línea nada recta que va de Benny Hill a los Python), por la que un hombre se transforma en una mujer sencillamente cruzando las piernas o enrollándose un fular al cuello. No hace falta ni agudizar la voz. Es el súmmum del ahorro cómico, y cuando, como aquí, funciona, es inapelable.
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