Un liberal a la antigua
En busca del conde Sobanski | Crítica
La escritora y periodista Anna Augustyniak dedica una apasionante indagación a la figura del conde Sobanski, autor de memorables crónicas sobre el Berlín de los comienzos de la era nazi
La ficha
En busca del conde Sobanski. Anna Augustyniak. Trad. Amelia Serraller. Prólogo de Mercedes Monmany. Epílogo de Michal Sobanski. Fórcola. Madrid, 2021. 328 páginas. 27,50 euros
Nacido en el territorio de la actual Ucrania, el aristócrata polaco Antoni Sobanski fue una de las personalidades más atractivas y fascinadoras del periodo de entreguerras, raro exponente de ese temperamento liberal, tolerante, cosmopolita, que muchos despreciaron por anticuado en la edad de los totalitarismos y los movimientos de masas. Perteneciente a un linaje de alto abolengo, Sobanski rompió con la tradición familiar para llevar una vida mundana de notorias inclinaciones bohemias, vinculada a los círculos artísticos e intelectuales en los que no ocultó ni su homosexualidad ni su anglofilia, compatible con la lealtad a la causa nacional de Polonia. Todos los que lo conocieron coinciden en destacar su ingenio, su elegancia, su vasta cultura en varias lenguas, sumados a un magnetismo personal que ejercía un influjo irresistible. Antes de su temprana muerte en el exilio londinense, durante el segundo año del Blitz, el conde Tonio, como lo llamaban los íntimos, dejó una huella muy profunda entre sus coetáneos, que como el gran Gombrowicz lo recordarían con afecto y admiración en sus memorias. A perseguir esa huella ha dedicado la poeta, periodista y biógrafa Anna Augustyniak un espléndido libro que rescata la luminosa figura de Sobanski del olvido que padeció desde la posguerra, siguiendo los pasos del hombre y trazando un esclarecedor recorrido por la convulsa Europa de su tiempo.
Al cuidado de Javier Jiménez, el benemérito director de Fórcola, la edición puede calificarse de modélica en todos los sentidos, no sólo por el texto que acoge sino por los que lo enmarcan, junto con los documentos gráficos conservados. A Amelia Serraller, además de la traducción, le debemos la propuesta de dar a conocer el libro en lengua española. El lúcido e informado prólogo de Mercedes Monmany, excelente conocedora de las literaturas europeas del siglo XX, contextualiza a la perfección la personalidad de Sobanski y su relación con otros cronistas del siglo, ponderando con merecidos elogios el trabajo de Augustyniak, realmente admirable por su rigor y sensibilidad. El epílogo de Michal Sobanski, sobrino bisnieto del autor, aporta una semblanza del antepasado a partir de su historia familiar, en la que abundaron los exiliados, combatientes y mártires de las ocupaciones alemana y soviética. Y la "Pequeña guía biográfica" identifica a muchos nombres desconocidos fuera de Polonia, que en el ámbito de la cultura vivió durante esos años, hasta las vísperas del hundimiento, una etapa especialmente fecunda.
Desde el propio título o el novelesco origen, una maleta milagrosamente recuperada, la biografía de Anna Augustyniak toma la forma de una quest que recrea la vida y la leyenda de Sobanski a partir de las pesquisas de la biógrafa, fruto de una ingente tarea de documentación que se ve realzada por su talento narrativo. Ayuda desde luego el personaje, un hombre dotado del encanto, la inteligencia, el gusto refinado y la capacidad de seducción de los dandis, autor de obra escasa –vivió más que escribió, y es lástima que la tuberculosis, que padecía desde niño, acabara con su prometedora trayectoria– cuyo itinerario se reconstruye también o sobre todo a partir de los testimonios contemporáneos. Augustyniak los recoge y confronta, montando un retrato coral y pródigo en anécdotas impagables, que da fe de la singularidad de su carácter, de los antecedentes familiares y los paisajes de la infancia, de la exquisita formación de un escritor, cercano a los integrantes del grupo Skamander, que apostó por el periodismo –sus "Notas de un outsider", publicadas en el periódico Noticias Literarias, lo convirtieron en una celebridad– pero habría podido destacar en cualquier otro terreno.
La autora se detiene en los viajes, Gdynia, Berlín, Gdansk o Londres, abordando al final la corta "segunda vida" que Sobanski, tras huir de Polonia, llevó en la capital inglesa, pero es quizá su evocación de la atmósfera de la Varsovia de anteguerra lo que ofrece un interés excepcional, en tanto que nos acerca a un escenario menos conocido. Por entonces, en notorio contraste con los años venideros, la capital transmitía el mismo aire de modernidad efervescente que caracterizó a otras grandes ciudades europeas. La irrupción de las vanguardias, el ambiente libérrimo en materia de costumbres, el citado esplendor de la cultura, se oponían al ascenso del nacionalismo –o de la fiebre revolucionaria, no siempre distinguible del anterior– que en todas partes amenazaba con llevarse por delante a los liberales "chapados a la antigua". En este sentido, como bien apunta Monmany, el relato de Augustyniak desprende un aire melancólico que resulta tanto más acusado en el caso polaco, sabiendo que a la breve pero implacable dominación nazi le sucederían largas décadas de despotismo sovietizante.
Arte de la crónica
Fruto de su estancia en la capital alemana, adonde llegó poco después del funesto ascenso de Hitler al poder, el libro donde Sobanski reunió sus "crónicas sobre los comienzos del terror nazi" –disponible en la traducción española de Natalia Karpacz, publicada por Confluencias– es buena muestra del talento y la clarividencia de un reportero que supo adivinar en los primeros signos de la barbarie los oscuros contornos de la tragedia en ciernes. Entre los periodistas polacos de su tiempo, destaca asimismo Ksawery Pruszynski, unos años más joven que Sobanski y también prematuramente fallecido, autor de un libro muy valioso, En la España roja, que podemos leer en la traducción de Katarzyna Olszewska para Alba y donde el autor, cuya filiación conservadora no se oponía a la independencia de criterio, expresó su distancia de los comunistas sin elogiar en absoluto a los militares sublevados. Ese no casarse con nadie fue lo que distinguió a los más grandes reporteros de la llamada edad de oro del periodismo, muchos de ellos exiliados, autores como Joseph Roth, Albert Londres, Arthur Koestler, Rebecca West, Egon Erwin Kisch o Chaves Nogales, a quien debemos otra temprana y extraordinaria serie de crónicas, Bajo el signo de la esvástica, dedicada a los inicios de la Alemania nazi. Ellos y otros autores de lo que Monmany llama una "generación perdida", tomando la expresión aplicada a los expatriados estadounidenses, elevarían el género de la crónica, como bien señala la estudiosa, a la categoría de arte, partiendo de una "exigente y radical veracidad que evadía en todo momento la simplicidad de las trincheras y del partidismo". Hombres y mujeres, que también las hubo, no sólo perspicaces, sino valerosos e incluso temerarios, inmunes al hechizo de las proclamas extremistas y capaces de mirar más allá de los prejuicios, que supieron ser fieles al irrenunciable compromiso de atenerse a los hechos –"basándose en la observación directa, no sectaria"– sin permitir que las ideologías les nublaran el juicio.
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