'El cónsul de Sodoma': Poemas y pelucas
Crítica
El cónsul de Sodoma. Drama, España, 2010, 115 min. Dirección: Sigfrid Monleón. Guión: Joaquin Górriz, Miguel Ángel Fernández, Miguel Dalmau, Sigfrid Monleon, a partir del libro de Miguel Dalmau. Fotografía: José David Montero. Música: Joan Valent. Intérpretes: Jordi Mollá, Bimba Bosé, Álex Brendemuhl, Blanca Suárez, Vicky Peña, Manolo Solo, Josep Linuesa, Biel Durán, Marc Martínez.
Mientras el novelista Juan Marsé y el productor Andrés Vicente Gómez, ambos especialistas en calentar polémicas en su propio beneficio, andan a la gresca a propósito de viejas rencillas y de las calidades y fidelidades de este retrato del poeta Jaime Gil de Biedma, El cónsul de Sodoma llega a la cartelera con sus hechuras de biopic contracultural al que le cuesta mucho quitarse de encima la caspa de la ortodoxia propia del subgénero dentro de los cánones del cine español.
El guión que ha pergeñado el propio Sigfrid Monleón (La isla del holandés, La bicicleta, El último truco) a partir del libro de Miguel Dalmau, aspira a integrar y materializar el aliento poético de Gil de Biedma entre los pliegues de una narrativa tiesa y planchada, intentando insuflar algo de lirismo a unas imágenes que transitan siempre por el terreno de la prosa más tosca y acartonada.
No cabe duda de que una vida singular como la de Gil de Biedma, atravesada por su dedicación a la empresa tabaquera familiar, su dandismo a contracorriente en la Barcelona del Bocaccio y la gauche divine, su altivez cultivada y generosa y su promiscuidad febril, podía ser pasto de un retrato cinematográfico complejo y, lo que es más importante, de vuelo libre en sus formas. En este empeño, Monleón apenas opta por trufar de apuntes poéticos (recitados en off) lo que en realidad no deja de ser el típico recorrido biográfico atrapado por el cartón escenográfico, el vestuario apolillado, el maquillaje delator y la peluquería de domingo, todo ello especialmente centrado, ahí queremos ver la mano del productor, en los avatares sexuales, sórdidos y morbosos de una vida de ida y vuelta entre los arrabales filipinos, las salas de fiestas y las reuniones literarias. Por este Cónsul de Sodoma desfilan el propio Juan Marsé, el editor Carlos Barral, la fotógrafa Colita o la bohemia Bel, la única mujer en la asendereada vida amorosa del poeta, personalidades reales que Monleón apenas apunta desde la mímesis caricaturesca o a través de líneas de diálogo empeñadas en decir en voz alta quién es cada quién, qué hace o piensa cada cual y el por qué de su presencia en la vida del poeta.
El cónsul de Sodoma forcejea siempre con la credibilidad, atenazada por sus cortos vuelos formales, por su excesiva dependencia de la máscara (hay que reconocer, en todo caso, que Jordi Mollá podía haber estado mucho peor), por su ingenua voluntad de epatar en unos malos tiempos para la lírica.
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