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Cultura

Un creador (casi) secreto

  • La Casa de la Provincia despide mañana la exposición con la que reivindica al pintor y poeta Ángel Leiva, un referente en la vida cultural de la ciudad

Hay pinturas que apelan a los sentidos de una manera rotunda y encierran una sabiduría remota, que provocan en el observador una extraña y turbadora identificación. Los cuadros que expone Ángel Leiva (Simoca, Tucumán, Argentina, 1941) en la Casa de la Provincia están atravesados por una voz secreta y poderosa -no en vano la muestra, que se despide mañana, se titula La tierra habla- que deja mudos y conmovidos a quienes se adentran en la espesura a la que invitan. Leiva confirmó el efecto que su obra provocaba el otro día, cuando un visitante le preguntó si era el autor de aquellos trabajos y le reconoció, estremecido, que aquel conjunto lo había dejado al borde de las lágrimas.

El propio artista, también poeta y pionero en impartir talleres literarios en Andalucía, concibe el proceso creativo como una cita con el inconsciente, un enigmático ejercicio que inicia sin planteamientos preconcebidos -"no me impongo un tema de antemano, tampoco cuando escribo: no me digo que voy a hacer un poema de amor, de lucha o de muerte"- y en el que acaba "maravillosamente exhausto y vaciado". Habituado a exponer en recintos "que quiero, pero más limitados", Leiva está descubriendo en su "primera muestra en un espacio destacado como éste" significados y lecturas que no esperaba en sus propuestas. "Al verlo todo en un sitio tan grande yo mismo me pregunto cómo está hecha la obra, qué quiere decir", explica el autor.

Vinculado al expresionismo abstracto norteamericano, a maestros como Jackson Pollock y Willem de Kooning, referentes con los que se siente "felizmente emparentado; no es que busque en ellos una influencia, sino que me hacen sentir parte de una tribu", la producción pictórica de Leiva también posee, señala, una "impronta surrealista". Pero estas referencias no impiden que su universo sea profundamente personal y que en él se pueda apreciar la huella de sus orígenes: procedente de una familia humilde de trabajadores de la caña de azúcar, conserva la fascinación por la naturaleza -"crecí entre los animales y los hombres", dice, "y creo que ésa fue mi mejor escuela"-, y en él ha quedado la preocupación por el ser humano y los desheredados. "Mi voz es la voz del otro, mi mirada es la mirada del otro", argumenta en persona. "Somos los hijos / de las víctimas / de la extranjera voz / entristecida en los cadalsos / de la pobreza cotidiana / o de la riqueza de los campos / del cielo y las estrellas", escribe en su último poemario, también titulado La tierra habla.

Desde que "con 14 años me plantara en Buenos Aires, mi primer destierro", Leiva, graduado en Artes en la Universidad de Syracuse y afincado en Sevilla desde hace décadas -se siente "tan andaluz como cualquiera"-, ha ido conformando con sus estancias en distintos puntos del planeta una sensibilidad ecléctica, que no muestra intenciones de anclarse en ningún localismo. "Un galerista de Madrid me dijo que los colores de mis cuadros no eran españoles, sino americanos. Me insistía en que no eran colores nuestros", recuerda Leiva, antes de desvelar que un marchante se ha interesado por mover su obra en Estados Unidos.

A pesar de una larguísima trayectoria, tanto en la poesía como en la pintura, Leiva tiene la sensación de "ser alguien secreto, de alguna manera. En la Feria del Libro, Pisco Lira dijo que era inconcebible el silencio que ha habido a mi alrededor", apunta el autor, que no obstante sí se siente querido. "Digamos que soy popular entre la gente del pueblo, porque he hecho muchos talleres en las provincias, con el Centro Andaluz de las Letras y con la Diputación", sostiene sobre una faceta en la que, por ejemplo, apoyó a otro creador valiente e inclasificable como Rafael de Cózar. "Yo fui el primero que le publicó", se enorgullece, "nadie se ocupaba de lo que él hacía". Precios que se pagan por la independencia, por defender una obra honesta y personal, por, como afirma Leiva, "trabajar desde la pasión: yo no puedo hacer nada que no sienta".

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