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El juego de las llaves | Crítica

Casados contra millennials

Una imagen de 'El juego de las llaves', de Vicente Villanueva.

Una imagen de 'El juego de las llaves', de Vicente Villanueva.

La comedia picantona se reviste de tendencias sociológicas para seguir intentando revitalizar sus viejos mecanismos de enredo y su mirada a la pareja convencional como muñeco al que golpear desde la sátira de sus usos, vicios y costumbres.

Es eso lo que pretende activar este Juego de las llaves, nuevo remake (aquí de una serie mexicana) de probada eficacia que adapta al paisaje mochufero nacional una fórmula que tiene en la eterna guerra de los sexos y en su actualizada batalla intergeneracional entre cuarentones acomodados y millennials de prácticas poliamorosas, el principal reclamo cómico para estos tiempos de memes, grupos de whatsApp y emoticonos.

Destinada a poner un poco de salsa erótico-festiva a estas fechas con cierto descaro procaz y una orgía de máscaras sacada literalmente de Eyes wide shut, la película que dirige Vicente Villanueva (Nacida para ganar, Toc Toc, Sevillanas de Brooklyn) se lanza al (falso) empoderamiento femenino, el marujeo deluxe y el swinging como disparaderos para la revelación del deseo reprimido, las identidades confusas y el chascarrillo autorizado.

En su previsible trazado de culpas, patetismo masculino y salidas del armario, apenas Miren Ibarguren, una vez más, entiende bien el tono y la justa medida física y verbal para los gags en una cinta demasiado pre-programada para alimentar las fantasías pequeño-burguesas de su espectador potencial, ese español medio que, en el fondo, prefiere que la vida siga igual al salir del cine.   

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