No mires arriba | Estreno en Netflix

Apocalipsis All-Star

Jonah Hill, Leonardo di Caprio, Meryl Streep y Jennifer Lawrence en una imagen del filme.

Jonah Hill, Leonardo di Caprio, Meryl Streep y Jennifer Lawrence en una imagen del filme.

Adam McKay es muy consciente de que el alcance de su sátira extrema sobre la actual deriva mediática, social y política del mundo pasa por el concurso de algunas de las mayores estrellas de Hollywood, dispuestas a jugar su astracanada sin sentido del pudor ni miedo a la caricatura. Desde el Leonardo di Caprio que interpreta al científico que avala el inminente fin del mundo por el impacto de un cometa a la presidenta trumpista de los EE.UU. que encarna una desaforada Meryl Streep, los personajes y tipos que desfilan por estas últimas y desquiciadas horas de la vida en la Tierra encarnan estereotipos que todos podemos reconocer en estos tiempos de populismo, fake news, redes sociales, algoritmo controlador, televisión basura, polarización ideológica, negación de la Ciencia y demás síntomas que cualquier historiador del futuro podría interpretar como premonitorios de un drástico cambio de paradigma si no fuera porque la propia Historia ha demostrado ya antes su irremediable tendencia a repetirse.

Como de costumbre, aunque últimamente (La gran apuesta, El vicio del poder) a propósito de temas más serios, McKay opta por el trazo grueso de la agudeza satírica para dibujar su mural esperpéntico y fragmentario sobre el Apocalipsis desde ese epicentro del mundo que sigue siendo Estados Unidos, un no-lugar donde las estrellas del pop y los Premios Nobel acaban pesando lo mismo en la balanza una vez pasan por esa trituradora implacable de la televisión y sus efectos colaterales generados en las redes, nuevo pozo de banalización e idiotización de lo real que queda aquí al descubierto en las sucesivas etapas, desde la negación inicial (en el mejor tramo del filme) al sálvense quién pueda final, que jalonan esta cuenta atrás en la que da tiempo a escalar la fama fugaz y al arrepentimiento en plena cena de Acción de Gracias.

Aunque nadie escapa aquí del fuego a discreción, del líder mundial al pequeño revolucionario ecologista, del empresario mesiánico (estupendo Mark Rylance) a militar enloquecido, de la presentadora-depredadora a la esposa abnegada, la bufonada implacable de McKay pierde cierto fuelle por acumulación y también por los laterales de su trama de estereotipos desenmascarados ahí cuando quiere enlazar lo personal y lo político y entremezclar la vida íntima de sus personajes en la red de relaciones y consecuencias catastróficas de sus roles sociales e institucionales. La escala macro y la escala micro del gran chiste no terminan así de casar en un filme que se reviste de la propia estética de collage, brillo y colorines de la televisión y el blockbuster de catástrofes para su gran parodia discursiva del gran espectáculo dispuesto a autofagocitarse.