Permítame el lector que confiese aquí mis limitaciones frente a un producto como Spider-man: cruzando el multiverso, continuación de Spider-man: un nuevo universo y preludio anunciado de futuras entregas orquestadas por Phil Lord. Y no es sólo mera retórica escapista o perezosa.

En la sala repleta de la sesión matinal, pude sentir la sensación de estar completamente fuera de sitio, generación y contexto, incapaz de seguir el vertiginoso (y algo redundante) juego metaficcional de su propuesta, sus múltiples guiños para fans y conocedores exhaustivos de la franquicia del superhéroe de Marvel, atónito ante los comentarios, gritos y aplausos de una platea que disfrutaba en complicidad con un universo, cabe decir ya multiverso, del que este cronista se sentía expulsado a pesar de las evidentes bondades de su animación mutante llevada al límite de un deslumbrante barroquismo posmoderno.

Aun así, el crítico no tiene las herramientas suficientes para hablar de un nuevo fan service cuyas claves internas requieren de un ingente trabajo de documentación, ajeno a las múltiples vidas del superhéroe, aunque sí le queda claro, se insiste mucho en ello, que la impugnación del canon, la diversidad de su color, género, origen y procedencia, el elemento autoparódico y su posibilidad de reencarnación ficcional ad infinitum, han de pasar siempre por esa superación del trauma de la pérdida familiar que activa el proceso de redención.

Léase por tanto este texto no tanto como una crítica como la crónica de un fracaso crítico, también como el triunfo de un modelo cinematográfico 3.0 al que llegamos sin asideros ni paciencia para corresponderle con un análisis a la altura de sus coordenadas, las demandas de sus destinatarios naturales y nuestra comprensión de este nuevo concepto del estar a la vez en todas partes y en ninguna.