Vacaciones de verano | Crítica

El cine de la España 'Pablomotorizada'

Harlem, Segura y familia haciéndose pasar por chinos.

Harlem, Segura y familia haciéndose pasar por chinos.

En plena campaña electoral, cabe preguntarse a quién votarán los cientos de miles de espectadores que van a pasar por la taquilla de estas Vacaciones de verano, nueva entrega clónica de un Segura que sigue reciclando y blanqueando el populismo ibérico, ahora con un ojo en la comedia familiar del franquismo, otro en las teleseries de emplazamiento publicitario y uno más en ese cenagal diario que alimenta los chascarrillos y memes de whatsapp.

Vacaciones de verano trae básicamente lo mismo que la saga de Padre no hay más que uno pero quitándose ya de encima a las molestas esposas-madres para subrayar aún más si cabe su misoginia cuñadista de la mano de esa pareja de patéticos separados que encarnan el propio Segura, pésimo actor de su versión magra, protésica y aseada, y un Leo Harlem en el modo más descafeinado y mecánico de cuantos le conocemos en las comedias del ramo.

Ponerlos de monitores infantiles y padres sobrepasados en un hotel canario mientras expían sus culpas y camuflan sus crisis de pega no deja de ser una ocurrencia no exenta de cierto cinismo sociológico para hilvanar secuencias y gags de corto vuelo cómico donde la única dinámica fílmica posible es la del plano-contraplano para cada línea de diálogo o la música de mickey-mousing como muleta del sentido del ritmo.

A la postre, Vacaciones de verano toca fondo en el blanco infantilismo galopante del cine de Segura, muy consciente de que su clientela nacional carece de memoria, criterio o voluntad como para discernir que ir a ver una película española también puede ser un acto de elección más allá de la inercia de pasar la tarde en el centro comercial.