Flojo ‘thriller’ satánico

La bala de Dios | Crítica

Nikolaj Coster-Waldau, en ‘La bala de Dios’. / D. S.

La ficha

Thriller, EE UU, 2023, 152 min. Dirección y guión: Nick Cassavetes. Música: Aaron Zigman. Fotografía: Kenji Katori. Intérpretes: Nikolaj Coster-Waldau, Maika Monroe, Jamie Foxx, January Jones, Ethan Suplee.

Aun reconociendo su mérito como independiente (de verdad, no como los de ahora que han convertido la palabra en una etiqueta) nunca me interesó demasiado John Cassavetes como director (salvo, quizás, El asesinato de un corredor de apuestas chino y Gloria) y desde luego nunca me gustó como actor desquiciado por el método (salvo cuando Polanski lo embridó en La semilla del diablo). Sí aprecié el talento de su compañera de vida y de cine, la actriz Gena Rowlands.

Por eso me parece un caso de justicia poética –que para los admiradores de Cassavetes será una broma pesada– que su hijo Nick Cassavetes sea un discreto actor y mediano –aunque pretencioso– director como demuestran Volver a vivir (salvada por su madre al frente de un reparto de lujo que incluye a Marisa Tomei y Gerard Depardieu), Atrapada entre dos hombres (otra vez salvada por su madre acompañada por un reparto aún más lujoso: Sean Penn, John Travolta, Robin Wright y Harry Dean Stanton), tras las que cayó en John Q (a la que ni Denzel Washington y Robert Duvall pudieron salvar), El diario de Noa, Alpha Dog y las peores La decisión de Anne, Yellow y No hay dos sin tres hasta tocar fondo con esta pretenciosa, confusa y fallida La bala de Dios en la que se mete –con menos fortuna que su padre conducido por Polanski– en el universo de las sectas satánicas.

Lo que arranca en plan vengador justiciero a lo Bronson-Neeson-Washington (un atormentado policía deja el cuerpo para buscar a su hija secuestrada) sigue derroteros satánicos (ha sido secuestrada por una secta, una de cuyas víctimas le ayudará). Como todos los vengadores y rescatadores el protagonista sufre una transformación que lo convierte de un ser humano normal y corriente en una fuerza vengativa mucho más eficaz y letal para con los delincuentes que cuando era policía.

Lo que se pretende brutal o escalofriante no funciona y lo que se pretende profunda reflexión sobre el mal, tampoco. Al igual que no lo hace el estilo sórdido que se le quiere imprimir con la fotografía de Aaron Zigman. Las correctas interpretaciones de Nikolaj Coster-Waldau y Maika Monroe –algo pasada de rosca– no logran dar credibilidad a los personajes que, al parecer, se inspiran en una historia real que Cassavetes logra hacer parecer fantasiosa. El talento no es hereditario.

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