esquilo, del nacimiento a la muerte de la tragedia griega | crítica de teatro

La dionisiaca magia de El Brujo

Rafael Álvarez, ‘El Brujo’, en un momento de la representación de su nuevo espectáculo.

Rafael Álvarez, ‘El Brujo’, en un momento de la representación de su nuevo espectáculo. / jero morales / efe

Rafael Álvarez El Brujo es un género teatral en sí mismo. Como buenos españoles envidiosos decimos que es nuestro Dario Fo pero pienso que El Brujo sólo tiene relación con el Premio Nobel en la calidad que los iguala.

Todos tenemos influencias de todos, más los jóvenes de los mayores, y el cordobés, Rafael, ha entrado en esa edad en la que la sus casi cincuenta años de experiencia teatral le han convertido en lo que tan mal visto está en nuestra tierra, en un intelectual, en una persona que cuestiona el presente, que opina sobre lo que rodea y que se esfuerza en estudiar el pasado para entender el mundo. Luego viene el humor, esa cucharadita de miel para hacernos digerir ya sea la crítica a una situación política inaguantable o para introducirnos en una conferencia sobre el nacimiento y la muerte de la tragedia griega.

El Brujo domina las técnicas del juglar moderno, no la del monologuista al peso, sino la del cómico que se ha curtido en la carretera, en los teatros de pueblos, ante públicos difíciles y, ahora, en el cenit de su arte se permite el lujo de darnos lecciones. Ylo hace porque puede. Sus últimos espectáculos están basados en su interpretación (aparece como actor solista en el programa de mano). Desconozco si es un tema interno de producción teatral o de que se sabe conocedor de una técnica, la de los genios, que es difícil de compartir. No tiene nada que demostrar y ahí sigue en la brecha, llenando teatros (el aforo de Mérida, donde estuvo antes que en Itálica, son 3.000 espectadores) cada día. El público de Santiponce se puso en pie en cuanto se hizo el oscuro que marcaba el final de su actuación.

Basándose en El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música de Nietzsche y en el La muerte de la tragedia de George Steiner, Rafael Álvarez monta un espectáculo con prólogo, descanso (también dramático) y dos actos donde une la figura de Edipo y la de Prometeo para hacernos un viaje por la cultura griega clásica y la hindú. El juglar no es un filósofo, pero nos transmite la idea de que la belleza, su búsqueda, es lo que debe regir nuestras vidas. Modula su voz, reforzada por el micrófono, y se sirve de ese instrumento para enamorar al público que sigue embelesado su poesía, que ríe a carcajada limpia sus gracietas, sus comparaciones de Extremadura y Castilla La Mancha con Corinto y Tebas y sus críticas mordaces contra la programación de Telecinco, contra los teatros modernos que separan el arte escénico de los espectadores. Con todo, encontré a El Brujo menos mordaz que otras veces, lo vi más sereno, acumulando sabiduría, más cínico, más inteligente. La música en directo de Javier Alejano y la iluminación de Miguel Ángel Camacho conforman dos espacios mágicos que llenan de sutileza la interpretación de este maestro que convirtió, por fin, el Teatro Romano de Itálica en un lugar sagrado donde se asistió a una verdadera ceremonia teatral.

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