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Crítica de Cine cine

La emoción del trazo

El cuento de la Princesa Kaguya

Animación, Japón, 2013, 137 min. Dirección: Isao Takahata. Guión: Isao Takahata, Riko Sakaguchi. Música: Joe Hisaishi. Cines: Avenida, Cinesur Nervión Plaza.

Palabras mayores. Con tres años de retraso llega a la cartelera española una de esas contadas películas de animación destinadas a perdurar en la memoria y en la propia historia del cine sin etiquetas ni compartimentos. Y lejos, muy lejos, de los modos dominantes.

Basada en El cuento del cortador de bambú, uno de los relatos fundacionales (siglo X) más populares de la literatura japonesa en el que, entre otras cosas maravillosas, se cuenta el origen mítico del Monte Fuji, la película del maestro Isao Takahata (La tumba de las luciérnagas, Recuerdos del ayer, Mis vecinos los Yamada), pilar más heterodoxo y libre de la casa Ghibli cuya fundación y espíritu artesanal comparte con el abuelo Miyazaki, reinventa la estética de la animación tradicional abrazando la materialidad del dibujo hasta disolverla en trazos, formas y colores en los límites de la abstracción. Trazos, formas y colores inestables y vibrantes que transportan la intensa emoción que se apodera del filme desde la temprana aparición de la diminuta princesa en un brote de bambú ante la mirada perpleja del viejo campesino, y que ya no la abandonará hasta su partida de regreso a su ignoto origen lunar al son de fanfarrias y ritmos festivos de un inspirado Joe Hisaishi.

Takahata provoca ese pequeño milagro plástico que consiste en asistir a la creación y transformación de la imagen ante nuestros ojos, una imagen orgánica, imperfecta, primitiva, materia pictórica viva (arraigada en la tradición representativa japonesa) que va modelando los episodios de una historia mágica y humanista no por más conocida y contada menos delicada, melancólica y maravillosa, fábula de iniciación al conocimiento de lo esencial.

Asistir a la transformación vertiginosa y el crecimiento humano de esta princesita divina de carboncillo, acuarela y color encarnado es posiblemente uno de los momentos más hermosos que hayamos visto en el cine en mucho tiempo, como lo es también, en el corazón dramático de la película, ese otro en el que su huida del palacio donde, ya adulta, está prisionera a la espera de un esposo noble y rico a los ojos de sus padres adoptivos, se convierte en un auténtico estallido de manchas, colores y líneas en fuga sombría y enrabietada hacia esa arcadia perdida donde un día reinó la armonía, la luz y la felicidad.

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