Ivan Ferreiro: "Las canciones toman la vida real para sublimarla, para hacer que brille"

IVÁN FERREIRO | Músico

El cantante visita el 27 de junio Icónica Santalucía Sevilla Fest, una noche en que comparte cartel con Love of Lesbian

The Lemon Twigs; "Grabar en analógico nos hace ser más conscientes de cada detalle"

El músico Iván Ferreiro, en una fotografía promocional de su último disco, 'Trinchera Pop'.

Desde los gritos distorsionados en la banda Piratas en los 90 hasta la intimidad cruda de su etapa en solitario, Iván Ferreiro (Vigo, 1970) ha construido una de las carreras más personales del rock español. Compositor incómodo, poeta de lo cotidiano y saboteador de etiquetas, lleva tres décadas convirtiendo canciones en mentiras verdaderas, como él mismo las define, que nos ayudan a vivir. Ahora, antes del concierto que dará mañana viernes en Icónica, en el que repasará su disco Trinchera Pop, habla en esta entrevista sincera y sin filtros de sus batallas contra el escenario, de la paradoja de las giras y de por qué Sevilla —"ciudad que siempre me sorprende"— es un escenario perfecto para su rock combativo, pero sin pelea —"ya no quiero ganar batallas, solo persistir"—. Precisamente arrancamos la charla con el recuerdo de la primera vez que vino a nuestra ciudad.

Pregunta.-En aquella ocasión, 1994, estuvo usted con los Piratas en el Muelle de las Delicias, muy cerca de la Plaza de España, junto a Radiohead, que además es uno de los grupos que siempre cita como referente. ¿Ya lo era entonces? ¿Qué recuerda de aquello?

Respuesta.-Recuerdo que el mes anterior había estado escuchando obsesivamente el primer disco de Radiohead. Cuando fuimos a tocar yo creí que íbamos a hacerlo con Soundgarden. Alguien me dijo: Tocáis con Soundgarden. ¡Qué bien!, pensé. Me gustaban, pero no tanto como Radiohead. Al llegar, supimos que también tocábamos con un grupo de Sevilla, Strange Fruit. Lo que más recuerdo es que llegamos y vimos a Radiohead ensayando. Fue un concierto precioso. Del nuestro no me acuerdo mucho, porque creo que lo cortamos un poco para que ellos empezaran antes y así poder verlos. Luego los vimos desde el escenario; tenían un volumen de guitarras alucinante, súper alto. En esa época, los técnicos de sonido nos obligaban a bajar los amplificadores. Hay que bajar el amplificador, no se puede tocar tan fuerte en directo. No se puede, no se puede. Pero cuando vimos a esos ingleses en el escenario, dándole a las guitarras con un volumen descomunal, nos quedamos flipando. Fuimos donde los técnicos y les dijimos: ¿Cómo que no se puede tocar con los amplis a toda hostia? ¡Si estos tíos tienen un volumen que te cagas! Fue bestial. Un sonido crudo, un concierto brutal. Cómo tocaban, cómo cantaban... Fue impactante. Thom todavía llevaba el pelo amarillo, ¿se acuerda? Intenté hablar con él, pero se asustó. Era muy tímido. Fue, sin duda, uno de los grandes días de mi vida.

P.-Desde entonces ha venido muchísimo a Sevilla. Prácticamente todos los años desde 2010 y en varios de esos años hasta dos veces. ¿Es solo geografía de gira o hay algo más profundo, una conexión más visceral?

R.-Sí, hay algo emocional con Sevilla. Sobre todo con esa Sevilla que vibra con el rock y el pop. Porque cuando piensas en esta ciudad, normalmente la asocias a otros géneros… pero ahí está su magia. Y la verdad es que Sevilla nos costó. Como Barcelona, que también fue difícil; sin embargo, Málaga, por ejemplo, desde el primer día tuvo público. En cambio, en Sevilla empezamos en garitos pequeños, casi vacíos, y poco a poco la gente fue llegando. Y eso tiene algo hermoso; cuando al fin conquistas un sitio así, el público que ganas es súper fiel, apasionado. No es lo mismo llenar un local de entrada que ver cómo, con tiempo, se crea una conexión de esas que perduran.

P.-La primera que yo le vi en solitario fue en la Sala Q, en un polígono industrial de las afueras. Lo que ahora es la Custom…

R.-¡Ahí ya fue distinto! Recuerdo ese concierto como algo precioso, lleno de energía. Pero antes de eso estaba el Fun Club, un sitio más pequeño donde también pasaron cosas increíbles con Piratas. Luego vino la Sala Q y ahí los conciertos empezaron a ser emocionantes de verdad. Y después está ese lugar al aire libre… con esa estatua de un señor que parece salir de la pared —se refiere al CAAC, donde en 2012 actuó en Nocturama con su hermano a dúo de piano y voz—. Yo llegué pensando que sería un garito íntimo, para 100 personas… y de pronto vi aquel escenario enorme, lleno de gente. Hasta familias enteras habían ido. ¿Tanta gente para vernos, siendo nosotros un coñazo?, pensé. Pero fue precioso. Tengo una foto de ese día, al terminar, con una copa de vino y una sonrisa de felicidad absoluta. Sevilla siempre me da esas sorpresas; justo cuando menos lo esperas, te regala momentos así. Y por eso, cada vez que vuelvo, disfruto muchísimo.

Sevilla nos costó. Empezamos en garitos pequeños, y poco a poco la gente fue llegando"

P.-¿Puede ser Sevilla también una trinchera pop? ¿Qué se necesita para serlo?

R.-Pues querer serlo; no hay muchas normas para ser una trinchera pop. Y Sevilla siempre ha sido un lugar de refugio para lo inesperado, un sitio donde caben cosas que, en teoría, no cuadran. Y ahí está su magia. El movimiento rock en Sevilla ha sido importante, pero no por casualidad; ha sido combativo. Un movimiento que se ha tenido que abrir paso a codazos, con orgullo, en una ciudad donde lo que suena fuerte son las sevillanas y el flamenco. Pero ahí estaban —ahí están— los que levantan la cabeza y el volumen. El primer grupo que conocí de aquí fue Dogo y Los Mercenarios, y eran increíbles. Tenían esa energía de lucha, esa actitud de aquí estamos, aunque no cuadremos. Me acuerdo de Juanjo y de cómo me cuidaron una vez en unos premios en Segovia, donde estaban también Los Rebeldes y toda esa gente. Eran de esa escuela, rock militante en una ciudad que, a priori, no es rockera. Pero justo por eso, por ese contraste, el rock en Sevilla sabe distinto. No es algo que simplemente pasa; es algo que se defiende. Y esa resistencia le da un brillo especial.

P.-En la edición especial de Trinchera Pop están el concierto de Madrid y el de Barcelona, y se aprecia un feeling muy diferente entre cada uno de los dos conciertos. ¿Eso es realmente así, sus conciertos son tan marcadamente diferentes unos de otros de forma natural, o es algo que ha buscado en las mezclas artificialmente?

R.-Los escenarios también cuentan su propia historia. Compara usted el WiZink Center de Madrid, un coloso para multitudes, con la Razzmatazz de Barcelona, una sala más íntima pero igual de poderosa. No es solo el tamaño lo que cambia, es la energía, la cercanía, la forma en que el sonido rebota en las paredes. Dos recintos distintos, dos experiencias únicas. Pero lo más fascinante no son los lugares, sino el alma de cada ciudad. El público de Sevilla es muy sevillano: apasionado, visceral, con esa calidez que te abraza sin preguntar. El de Barcelona es muy catalán: entregado, pero con un ritmo distinto, como un diálogo en lugar de un grito. Y luego está Donosti, con su elegancia contenida pero igual de ardiente. Todos son afectuosos, pero cada uno a su manera. Y eso es lo hermoso. Se habla mucho de lo que nos iguala, todos somos humanos, todos amamos, todos sufrimos, pero el verdadero placer está en disfrutar de las diferencias. ¿Por qué empeñarnos en homogenizar lo que nos emociona cuando la gracia está en lo diverso? Que un concierto en Sevilla estalle en ¡Oles! espontáneos. Que en Donosti el silencio entre canción y canción sea casi religioso. Que Barcelona te responda con esa complicidad que parece un guiño. Somos básicos en lo esencial, todos queremos lo mejor para los nuestros, pero somos ricos en matices. Y ahí está la fiesta, en aprender a gozar de lo que el otro tiene y tú no. ¿No deberíamos celebrar eso todos los días?

Iván Ferreiro

P.-Tercer año de gira, ¿No es demasiado tiempo en el mismo lugar emocional? ¿Le apetece ya cambiar de piel? Ya tendrá muchas canciones nuevas en el ordenador, o en la cabeza.

R.-Llevo ya tres años de gira con este disco, pero lo bonito es que no ha sido un camino fijo, sino un viaje que se ha ido transformando casi sin que nos diéramos cuenta. Al principio era una cosa, ahora es otra. La gente sigue llamando, los conciertos siguen llegando, y lo que empezó como un recorrido planeado ha ido mutando, como siempre pasa con la música de verdad. Queda esta última tanda de fechas hasta noviembre, y quiero saborearla. Porque, aunque sean las mismas canciones, ya no son exactamente las mismas. Las giras son elásticas, las canciones también, mucho más de lo que la gente cree, y nosotros, por supuesto, vamos cambiando con ellas. La forma de tocarlas, de sentirlas, incluso de enfrentarnos a los temas en directo... Todo evoluciona. Hace poco escuché grabaciones de aquellos primeros conciertos en Madrid y ¡no se parecen en nada a lo que hacemos ahora! No es un cambio radical, sino sutil, orgánico. Como un árbol cuyas ramas crecen hacia donde les da la luz. Y después de esto... habrá algo nuevo. Ya iré contando.

P.-¿Tanto tiempo viviendo en una trinchera le ha convertido en soldado?

R.-No, no. Mi trinchera no es la del guerrero. Es la del tipo acojonado frente al mundo, el que mira los conflictos y piensa: ¿Para qué?. El cobarde, sí. El que no quiere apretar el gatillo. La verdad es que cada vez tengo menos ganas de pelearme con nada. Este no es un mundo agradable para batallas. Y al final, ¿qué ganas? Hace poco, alguien me contaba algo injusto que le había pasado, y yo le decía: ¿Por qué no lo denuncias? ¿Por qué no gritas la verdad? Y me respondió algo que se me quedó grabado: Contar la verdad a veces es como pelearte en un bar. Puede que le ganes al otro, pero al final... ¿quién gana realmente? Nadie. Y tiene razón. Peleando no gano nada. Ni yo, ni el de enfrente, ni los que miran. Solo queda el ruido, el cansancio, el poso amargo de una victoria vacía. ¿Merece la pena ganar ciertas batallas? Ya ni lo sé.

Tus primeros años son como un laboratorio de identidad: pruebas, fallas, te inventas"

P.-Canciones para el tiempo y la distancia, disco de 2005, el primero, ahora va a cumplir 20 años. He oído que quiere reeditarlo como celebración. Pero desde que salió, el tiempo y la distancia han sido largos, ¿las canciones significarán lo mismo? ¿Lo ve como una celebración o como una relectura crítica de aquel Iván Ferreiro de 2005?

R.-Lo pienso ahora y creo que todo esto es, al final, una celebración de que sigo en pie. Últimamente me repito que aguantar también es una forma de ganar. No es la victoria épica de los héroes, no; es otra cosa. Más callada, más terrenal. Pero atravesar el tiempo sin romperte del todo... eso ya es bastante. Hace poco cumplí 20 años con ese disco. Y al escucharlo hoy, me sorprende que sigo reconociéndome en él. No soy la misma persona, claro. Pero hay canciones ahí dentro que aún suscribo, versos que me hacen pensar: Sí, esto lo entiendo. Esto sigue siendo verdad. Y eso me da orgullo. No me pasa con todo, por supuesto. Hay cosas que escribí hace 35 años que ojalá pudiera borrar de la faz de la tierra. Pero este disco... este disco es distinto…

P.-Eso le iba a preguntar ahora… Las canciones viajan por el tiempo como nosotros, pero ¿cuáles de las suyas han envejecido con usted y cuáles siente que ya no le pertenecen?

R.-Sí, lo de borrarlas lo siento especialmente con esas canciones de los primeros discos de Piratas. Creo que tiene que ver con que, mientras las escribía, estaba aprendiendo el oficio a golpes —como todos—. Bueno, en realidad nunca dejas de aprender, pero entonces ni siquiera tenía conciencia de lo que no sabía. Desde que nacemos hasta los treinta y tantos años estamos experimentando quiénes queremos ser. Esos primeros años son como un laboratorio de identidad: pruebas, fallas, te inventas y te desinventas. Y claro, ahora escucho muchas de esas canciones y pienso: Dios, qué horror. De los tres primeros discos de Piratas, estoy seguro de que mis excompañeros y yo eliminaríamos el 90 % sin pensarlo. Pero es como dijo sabiamente el Sr. Chinarro, son como esas fotos de la Primera Comunión que a nadie le gusta revisar. Te ves con ese traje ridículo, esa sonrisa torpe, y piensas: ¿En qué estaría yo pensando? Pero ahí están, incómodas, imborrables, parte de la historia.

P.-Iván Ferreiro: 30 canciones para el tiempo y la distancia. ¿Canciones significativas elegidas por usted o por la autora del libro, Arantxa Moreno? ¿Alguna otra canción posterior que incluiría?

R.-La selección de esas 30 canciones fue, en el fondo, una excusa para hablar de todo lo que había ido pasando por el camino. Casi todas las eligió el editor. Yo cambié alguna, eso sí, las que me parecían directamente un coñazo, pero la lista se quedó así, incompleta, como siempre pasa. Ahora, mirando atrás, añadiría otras. Las de Casa, las de Trinchera Pop, un montón que se quedaron en el tintero. Pero los libros son así, se escriben hasta un año concreto y luego se petrifican. No puedes estar actualizándolos eternamente, como si fueran una playlist de Spotify. Y tampoco es que me vuelva loco ir contando mi vida en páginas, la verdad. No es mi pasión favorita. Prefiero que hablen las canciones, aunque a veces digan cosas que ya no pienso.

Las canciones convierten migas de vida en odiseas, y al hacerlo dejan de hablar del autor para hablar del que las escucha"

P.-Hay un texto precioso de Arantxa que dice que sus canciones son mapas de lugares que no existen. ¿Usted se reconoce en esa idea de geografía emocional inventada?

R.-Siempre he creído que las canciones sirven para inventar lugares que no existen. O para tomar pedazos de la vida real y sublimarlos, convertirlos en algo más brillante, más intenso, más molón. Al fin y al cabo, las canciones son grandes mentiras. Bueno, mentiras no... mejor dicho, ficciones con billete de ida y vuelta a la verdad. Una neurocientífica me lo explicó bien hace tiempo: Las mentiras y los cuentos no nacen en el mismo lugar del cerebro. Un cuento es un pacto entre quien lo cuenta y quien lo escucha; ambos saben que es ficción, pero deciden creérsela juntos. Y las canciones viven en ese territorio ambiguo: exageran, adornan, transforman lo cotidiano en épico. Como ese ejemplo perfecto de Sabino Méndez con Cadillac solitario; se la escribió a una novia de la que casi no se acuerda, inventando un viaje a Los Ángeles que nunca existió. ¡Y qué importa! La canción terminó siendo más real que el recuerdo. Porque esa es la magia; las canciones convierten migas de vida en odiseas, y al hacerlo dejan de hablar del autor para hablar del que las escucha.

P.-Sus letras juegan mucho con lo que no se dice, con las grietas, con lo que se intuye. ¿Le interesa más la sugerencia que la certeza?

R.-Sí, yo creo que me interesa más lo que no se cuenta en las canciones que lo que se cuenta. Creo que ese vacío es como cuando alguien dibuja en carboncillo. Sí, sí. Creo que esa parte que se intuye, y que en el fondo la pone el oyente, es lo más importante de una canción. Es más importante que lo que pone el compositor o el intérprete tratando de contar algo. Es el oyente el que lo rellena y le da una profundidad muy potente. Y por eso las canciones son importantes para nosotros como oyentes. Creo que para mí es muy importante la música al ser trabajo y también lo es escribir canciones, pero lo cierto es que en mi lista de favoritos no están mis canciones; están las canciones de El Último de la Fila, están canciones de Maga, están canciones de otros. El Último de la Fila es uno de mis grupos favoritos de siempre, probablemente mi grupo favorito español de todos los tiempos. Cuando era joven, cada vez que salía un disco nuevo de ellos, siempre decía que Manolo y Quimi me espiaban; porque contaban mi vida, sentía que hablaban de mí todo el rato. Yo creo que eso es la grandeza de la música pop y de las canciones, que tú creas que ellos escriben sobre ti. Y por eso hay esa actividad entre el público y el que toca una canción.

P.-¿El Iván Ferreiro real es igual de contradictorio, intenso, libre que en esas letras?

R.-Por supuesto. No conozco eso de los dos personajes, el de la vida real y el del escenario. Solo conozco uno: yo mismo. Otra cosa es que me comporte distinto en pijama que en una cena con desconocidos, como todo el mundo, pero no hay fractura. Soy el mismo que canta, el mismo que habla, el mismo que se equivoca. Esa idea de la bipolaridad artística siempre me ha parecido una chorrada y además, poco sana. ¿Qué clase de tortura mental es tener que ser dos personas? La música, para mí, no es un alter ego, es una parte normal de la vida, como respirar o reírse. Eso sí, todos llevamos dentro algo grandioso, la capacidad de crear universos con una canción, un verso o una mirada. Por eso nos gustan las películas, los libros, las canciones... porque todos somos especiales. Todos podemos transformar lo ordinario en épico, aunque solo sea por tres minutos en la ducha.

Iván Ferreiro

P.-¿Qué músicos lo acompañarán en directo en Sevilla? Normalmente son músicos de largo recorrido los que lleva con usted. ¿Cuánto hay de familia y cuánto de banda?

R.-Esta vez no estará Xavi Molero, mi batería habitual, sino que va a estar Sergio Martínez Puga, un crack joven que lleva ya dos años tocando conmigo y que, se lo digo ahora, será un referente en nada de tiempo. En el bajo, como siempre, Ricky Falkner, mi bajista de toda la vida, mi productor y cómplice musical, que seguramente ese día también estará con Love Of Lesbian —la banda que completa el cartel de esa noche—. En las guitarras mi hermano Amaro, pieza indispensable no solo en el escenario, sino en mi vida; y junto a él, Emilio Sáiz, mi guitarrista desde que tenía 20 años y ahora ronda los 40, un guitarrista alucinante. Y en los teclados Pablo Novoa, que es como mi hermano mayor musical, mi maestro y un tipo sin el que nada suena igual. No concibo salir de gira sin mi gente. No son técnicos, músicos o equipo, son familia. Jordi Ruiz en sonido, Luis Antelo en monitores, Manolo, el road manager; José, nuestro chófer y piloto de esta nave... Gracias a Dios, en este trabajo puedo permitirme rodearme de personas a las que quiero. Y eso, al final, es lo que hace que todo, hasta la noche más larga, suene a hogar.

P.-¿Acabamos con una de esas frases célebres que le gusta soltar entre canción y canción? Por cierto, ¿las lleva ya previstas o se le ocurren sobre la marcha? ¿Alguna vez ha dicho algo tan random que hasta se sorprendió a si mismo?

R.-Últimamente hablo poco en los conciertos; he adoptado una política clara: menos charla, más canción. No es que no tenga cosas que decir, es que me he dado cuenta de que a veces las palabras sobran cuando la música ya está hablando por sí misma. Y, la verdad, me aburre un poco escucharme a mí mismo repetir historias entre tema y tema. Hay algo bonito en este nuevo enfoque; al finalizar el concierto, todo se vuelve un borrón intenso pero difuso. Sabes que has disfrutado, que el público ha respondido, pero los detalles se esfuman. No hay análisis, no hay autocrítica en caliente. Simplemente, se apaga la luz y todo queda suspendido hasta la próxima vez.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Bello universo, ¿dónde estás? | Crítica

Viaje político y melódico con Kurt Weill

Lo último