Los laberintos visuales de Maria Helena Vieira da Silva
El Guggenheim Bilbao recuerda a través de una retrospectiva a la creadora portuguesa, que retrataba en sus composiciones el entramado impredecible de la vida.
La ficha
‘Maria Helena Vieira da Silva. Anatomía del espacio’. Comisariada por Flavia Frigeri. Museo Guggenheim de Bilbao. Hasta el 22 de febrero de 2026.
El Museo Guggenheim de Bilbao acoge la exposición Maria Helena Vieira da Silva. Anatomía del espacio, una retrospectiva enfocada en los trabajos de los años 30, 40 y 50 de la artista portuguesa (Lisboa, 1908-París, 1992). Las 67 obras que conforman la muestra se estructuran en 8 secciones atendiendo tanto a un criterio cronológico como temático, facilitando así la comprensión de la evolución del trabajo de Vieira da Silva en relación con su propia vida. La muestra ha sido comisariada por Flavia Frigeri, directora de Curatorial y Colecciones de la National Portrait Gallery de Londres. Se podrá visitar hasta el 22 de febrero de 2026.
Vieira da Silva profundiza en la idea del espacio como una confluencia entre lo arquitectónico y lo anatómico. En sus obras el espacio es transformado por la experiencia humana y viceversa. La emocionalidad y la sensorialidad curvan la perspectiva, otorgando un movimiento donde las fronteras entre la figura y el entorno quedan desdibujadas. En este sentido la obra de Vieira de Silva no puede considerarse plenamente abstracta. Así, sus composiciones emergen como una suerte de laberintos visuales, no sólo en el sentido formal en el que se yuxtaponen y articulan figuras y fondos en los espacios que plantea, sino como una metáfora de la vida, como un entramado complejo e impredecible.
La infancia de Maria Helena Vieira da Silva transcurre en el seno de una familia acomodada lisboeta, donde se le inculca el interés por el arte, la música, la literatura y los viajes. Comienza sus estudios artísticos recibiendo clases en su propia casa y en la Escola de Belas-Artes de Lisboa. Continúa sus estudios en París donde, dos años más tarde de su llegada, se casará con el artista húngaro Arpad Szenes (Budapest, 1897 - París, 1985), con quien mantendrá una relación de admiración y adoración mutua hasta el fallecimiento de éste. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la pareja se ve obligada a exiliarse en Río de Janeiro, una de las etapas más amargas de la vida de la artista. Una vez acabada la guerra vuelve a París y presencia la reconstrucción de la ciudad. Desde ese momento su carrera artística empieza a consolidarse. Una multitud de exposiciones y reconocimientos, que hacen que su trabajo sea celebrado a nivel internacional, se fueron sucediendo hasta sus últimos días. Fallece el 10 de marzo de 1992.
El recorrido comienza con una sección dedicada a la relación de María Helena y Arpad donde se muestra un autorretrato y algunos de los retratos que se realizaron de forma recíproca y donde se muestran los inicios plenamente figurativos de la artista. La exposición continúa con una sección enfocada en las reflexiones primeras de la artista sobre el espacio desde lo anatómico. En estas obras el espacio se reduce a los elementos mínimos, prescindiendo de lo superficial, resultando las estructuras esenciales. Obras que evocan a las láminas de anatomía donde el cuerpo humano es despojado de todo lo demás para reducirlo exclusivamente al sistema nervioso, al sistema muscular o al esqueleto. Desde esos inicios estarán muy presentes en su obra los pequeños cuadraditos o teselas que recuerdan a los azulejos portugueses y el brillo que estos desprenden en las fachadas de los edificios.
En la tercera sección aparece una serie de obras relacionadas con la danza, el ajedrez y el juego de naipes. En esa idea de la vida como laberinto, no todo depende del individuo, el movimiento del oponente condiciona la siguiente jugada. De un modo similar, pero más amistoso, ocurre en la danza. En estas obras es magistral el uso de la perspectiva y el cómo se integran figuras y fondos. Un juego con el que Vieira da Silva no sólo trata la capacidad de transformar el espacio a través de la figura, sino que hace partícipe al espectador, quien con su mirada, es el que realmente va erigiendo entre formas y colores, los límites entre lo que es fondo y lo que es figura. Como si de un juego caleidoscópico se tratara. Vieira da Silva consigue que el espectador perciba el movimiento alegre, casi caótico, entre bailarines y arlequines en Ballet o los lentos y meditados movimientos de una partida de ajedrez en Échiquier rouge.
En estas obras se hace visible lo recurrente del andamio. Para Vieira da Silva el andamio evoca a una suerte de crisálida, un tejido que envuelve y protege para que sea posible una transformación.
El itinerario continúa con una sección dedicada a la etapa del exilio en Río de Janeiro. Una etapa poco prolífica en cuanto a número de obras producidas, pero de gran calidad y carga emocional. El dolor del desastre de la guerra se une al de la distancia con la que es percibida. La carga dramática de esta etapa se refleja a través de figuras que se confunden con el oleaje en un naufragio en Naufrage, o con las llamas de un incendio devastador en L’Incendie I y L’Incendie II. Como contrapunto una de las obras de esta sección, Carnaval de Rio, refleja la alegría y colorido que Vieira da Silva vivió durante su estancia en la ciudad brasileña.
Las siguientes tres secciones de Maria Helena Vieira da Silva. Anatomía del espacio se relacionan a través de la arquitectura. Comenzando con la vuelta de Vieira da Silva a un París que tras ser devastado por la Segunda Guerra Mundial afronta la reconstrucción, continuando con una serie basada en diferentes ciudades y culminando con unas obras donde de interiores y exteriores. En estas piezas se hace visible lo recurrente del andamio. Para Vieira da Silva el andamio evoca a una suerte de crisálida, un tejido que envuelve y protege para que sea posible una transformación. Hay que entender que esto va más allá de lo arquitectónico, que en la autora lo arquitectónico siempre está relacionado con lo humano y que esa transformación tenía que ver con una Europa destrozada que empezaba a curar las heridas (arquitectónicas y emocionales) de la guerra.
Vieira da Silva pintó muchas ciudades, tanto reales como inventadas. Claro que no eran unas representaciones literales, sino que estas representaciones intentan captar la atmósfera, el ritmo de la ciudad, el transcurrir de los paseantes, las fiestas, etc. En esta serie la artista prescinde casi por completo de la figura para enfatizar la experiencia sensorial en estas ciudades. Con la sección de exteriores e interiores se pretende reflexionar sobre la memoria arquitectónica. La arquitectura como receptáculo de lo vivido dentro de ella. Así ocurre en La chapelle gothique donde o en La gare Saint-Lazare, donde el ir y venir de pasajeros y trenes conforman la propia arquitectura.
La última sección se plantea como una retrospectiva en la que las obras seleccionadas, de diferentes etapas de la artista, tienen como protagonista el color blanco. Para la artista el uso del color era fundamental y según la estación del año, utilizaba unos colores u otros. Sin embargo, el blanco era un color que utilizaba durante todo el año, ya que es el color de la luz. Además esta sección permite cerrar el recorrido expositivo con un breve repaso por la trayectoria artística de Maria Helena Vieira da Silva.
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