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Espléndida recreación del mejor Balzac

Las ilusiones perdidas | Crítica

Benjamin Voisin y Vincent Lacoste, en una imagen de ‘Las ilusiones perdidas’, adaptación de la obra de Balzac. / D. S.

La ficha

***** 'Las ilusiones perdidas'. Drama, Francia, 2021, 149 min. Dirección: Xavier Giannoli. Guion: Xavier Giannoli, Jacques Fieschi, basada en la novela de Honoré de Balzac. Fotografía: Christophe Beaucarne. Intérpretes: Benjamin Voisin, Cécile De France, Vincent Lacoste, Xavier Dolan, Salomé Dewaels, Jeanne Balibar, Gérard Depardieu, André Marcon, Louis-Do de Lencquesaing.

Nadie ha retratado mejor una época a través de una empresa novelística de tan desmesurada ambición y extensión como Balzac en La comedia humana. Debía estar integrada por 137 novelas a través de las que se contara la historia y la intrahistoria –es decir la vida pública y la privada– de Francia –toda ella, París y provincias– desde el declive del imperio napoleónico al nacimiento de la Segunda República (aunque a veces se remonta a épocas anteriores). Genial obrero de la literatura asediado por las deudas y acostumbrado a publicar por entregas, a su temprano fallecimiento a los 51 años dejó escritas 87 novelas. La monumental empresa se ordena en tres ciclos –Estudios de costumbres, Estudios filosóficos y Estudios analíticos– de los que el primero se dividía a su vez en Escenas que integraban varias novelas interrelacionadas entre sí.

Las ilusiones perdidas pertenece al ciclo Escenas de la vida en provincias y está, a su vez, compuesta por tres partes –Los dos poetas, Un gran hombre de provincias en París y Los sufrimientos del inventor– que se publicaron entre 1837 y 1843. Considerada una de las cumbres del colosal proyecto, trata de las aventuras y desventuras de un provinciano en busca de gloria literaria y prestigio social en París creando un retrato de la ambición, las intrigas, y las miserias del universo de los editores, escritores y periodistas –enmarcado en una sociedad en vertiginosa evolución– que forma un díptico formidable que abarca todo el XIX con el genial Bel Ami de Maupassant, publicado en 1885 y también ambientado en medios periodísticos.

La riqueza de personajes y situaciones del colosal Balzac ha interesado al cine desde sus inicios: desde 1906 hasta hoy ha inspirado más de 150 adaptaciones al cine y la televisión. Bastaría para hacer la crítica de la película que hoy nos ocupa, vista tan gigantesca filmografía, decir que se trata de una de las más inteligentes y fieles recreaciones de Balzac jamás hechas. Y no se olvide que su director compite con maestros que han firmado grandísimas adaptaciones: Epstein con L’auberge rouge (1923), Truffaut con Besos robados (1968), inspirada en Los lirios del valle, y sobre todo las recreaciones a veces muy experimentales de Rivette con Out 1 (1971), libérrimamente inspirada en Historia de los 13, La belle Noiseuse (1991), inspirada en La obra maestra desconocida, y Ne touchez pas la hache (2007), inspirada en La duquesa de Langeais.

Xavier Giannoli se encuentra con Balzac tras una filmografía que, pese a contener títulos muy estimables, no permitía adivinar este salto de calidad: tras unos inicios discretos apuntó maneras de buen cineasta con Chanson d’amour (2006) para volver a recaer en la medianía hasta Madame Marguerite (2015) y La aparición (2018) que, de todas formas, no permitían presagiar el rigor, la belleza y la inteligencia de su ambiciosa visita a la que Balzac consideraba una de sus mejores obras.

¿Cuáles son sus méritos? Recrear la época con exactitud, sin alardes digitales (hoy tan frecuentes) y sin ese realismo sucio (también hoy tan frecuente) que se pasa de la raya intentando corregir los excesos edulcorados del cine de casacón. Ser fiel al texto sin convertir la película –como tantas veces se ha hecho, sobre todo en las muchas adaptaciones televisivas de Balzac y otros clásicos de la novela realista– en su ilustración. Utilizar magistralmente la voz en off en la mejor tradición del muy verbal cine francés (con Truffaut, quizás el realizador que más y mejor la ha utilizado, en cabeza). Lograr –el texto de Balzac lo pone fácil como perfecta radiografía de la modernidad– que a través de esta recreación del pasado pueda pensarse el presente. Aunar emoción, crítica e ironía sin que la película dé bandazos de lo uno a lo otro. Dirigir con maestría un extenso reparto de primeras figuras.

Por todo ello, además de lograr su mejor película, Giannoli devuelve al cine europeo y al francés uno de sus logros históricos: revisitar a los clásicos con un respeto no paralizante, dándoles en la pantalla esa vida que nunca perdieron sobre el papel.

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