Cultura

El magisterio de un actor

Yo soy Don Quijote de la Mancha. Metrópolis Teatro. Autor: Miguel de Cervantes. Dramaturgia: José Ramón Fernández. Dirección: Luis Bermejo. Intérpretes: José Sacristán, Fernando Soto y Almudena Ramos. Violonchelista: José Luis López. Escenografía: Javier Aoiz. Vestuario: Mónica Boromello. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo e Ion Aníbal López. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Miércoles, 8 de mayo de 2013. Aforo: Medio.

No es sólo que la puesta en escena de Luis Bermejo sea gratísima, que la interpretación de José Sacristán se nutra de sus sesenta años de experiencia y recree un Don Quijote del que enamorarse, que la versión de José Ramón Fernández sea certera, ágil y ajustada, que el escenario de Javier Aoiz sea discreto y eficaz, que sea bienvenida la aportación con su violonchelo de José Luis López. No es sólo porque la réplica de Fernando Soto y Almudena Ramos sirvan de complemento más que ideal de ese Sacristán que entra y sale de su personaje con una pasmosa naturalidad y que hace que, aparte de su papel, asistamos a una master class de uno de nuestros mejores actores.

No es sólo por todo lo anterior. Es, sobre todo, por que Yo soy Don Quijote respira bondad, destila amor a unas maneras de comportamiento que se han perdido debido a la podredumbre de nuestra clase política y a la separación entre la España real y la España oficial, como ocurría en los tiempos en los que le tocó vivir a Miguel de Cervantes.

Por todas estas razones esta producción es una obra necesaria porque nos reencuentra con lo mejor de ser español, de ser humano.

Cervantes evoca la libertad, el sentido común, salir a deshacer entuertos, defender a las viudas, habla del amor verdadero, defiende, en suma, la locura de ser bueno, de no buscar el interés por encima de todo.

Si todo esto cuenta, además, con Sacristán y con un finísimo sentido del humor: aplausos.

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