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El mejor elogio de Iván Campo

¿Qué te ha afectado más, la eliminación del Madrid o la muerte de Delibes? Me lo pregunta mi compañero Blas Fernández, ágrafo futbolero y enciclopedista de canciones. Pues no son universos ajenos. De hecho, el mismo Blas me cuenta poco después que el domingo se guardará un minuto de silencio en el estadio Zorrilla por la muerte de Delibes antes del inicio del Valladolid-Real Madrid. Un réquiem por partida doble, para cerrar el círculo de la pregunta.

El escritor vivía en una ciudad donde el campo de fútbol lleva el nombre de un poeta, José Zorrilla, que se dio a conocer en los funerales de Mariano José de Larra, periodista y escritor como el novelista fallecido. Delibes fue director de El Norte de Castilla como Álvaro Cunqueiro lo fue de El Faro de Vigo. El autor de Cinco horas con Mario ejerció el periodismo en muchas de sus variantes: una de ellas fue la de cronista de fútbol.

Me lo contó el propio Miguel Delibes a comienzos de 1996. Su hijo Miguel, biólogo, autoridad mundial en el quebrantahuesos, me facilitó el teléfono de su padre en vísperas de un Betis-Valladolid.  “Si es para hablar de fútbol, seguro que te atiende”. Y así fue. No sólo me atendió en una conversación amenísima que catorce años después recuerdo como si fuera ayer. La regó de vivencias, de datos, de memoria de buen aficionado, cuando los niños se sabían de memoria las alineaciones de sus equipos porque no había rotaciones, suspicacias ni abductores, palabra que le sacaba de quicio.

Escribía las crónicas del Valladolid para un equipo de Barcelona. Si era domingo de caza, mandaba al estadio a su hijo, negro de su progenitor, para que hiciera la crónica. Como catedrático de Derecho Mercantil, creó un código de uso personal y vigencia balompédica que llamaba ley Delibes. Una suerte de compensación casi algebraica en virtud de la cual el equipo que había perdido los puntos en casa los recuperaba si visitaba el campo del que los había ganado en su último desplazamiento.

Guardo un testimonio de esa singular legislación. El Valladolid planteó en el estadio Benito Villamarín (todavía no le habían cambiado el nombre) un férreo sistema defensivo desbaratado al final por el árbitro. Me lo explicaba Delibes en una breve nota en la que me agradecía y ponderaba la publicación de la entrevista en Diario 16 Andalucía, cosa que por cierto ya no hacen la mayoría de los autores noveles, a quienes además no les gusta el fútbol.

“Gracias por el recorte”, me escribe en carta fechada en Valladolid el 23 de enero de 1996. “Ha sacado usted mucha partido de nuestra breve conversación telefónica. Fue el árbitro el que impidió que la ley se cumpliera en Sevilla. Nos privó del jugador clave. Y ya sabe usted lo que son estas cosas. Le abraza su viejo amigo...”. El jugador clave era un jovencísimo defensa de cabellera ensortijada llamado Iván Campo. Con su expulsión, el Betis encontró la llave y marcó tres goles en los últimos minutos. Iván Campo jugó después en el Mallorca y en el Real Madrid, donde ganó una Copa de Europa. Y se fue al fútbol inglés, para colgar las botas en el Bolton. Delibes tenía olfato para las perdices y también para detectar futbolistas con futuro.

El Real Madrid asiste a los funerales de Delibes. No podía ser de otra manera para uno de los grandes cronistas del llamado deporte-rey. Aficionado del equipo del que salió Julio Cardeñosa y donde jugó una temporada un genio apodado Mágico González. Que haría las delicias de este aficionado que nos regaló a sus lectores regates inverosímiles de prosa prístina, personajes de una pieza, elenco de un escritor honrado que defendía la igualdad entre el cazador y su presa. 

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