Nostálgia de lo único

Conspiracionismo

Alianza publica Conspiracionismo, donde el ensayista francés Pierre André Taguieff analiza y recorre históricamente la creencia en grandes conspiraciones de carácter ilusorio, de la Antigüedad a nuestros días

El ensayista Pierre André Tauieff. París, 1946
Manuel Gregorio González

11 de mayo 2025 - 06:00

La ficha

Conspiracionismo. Pierre André Taguieff. Trad. Lucía Alba Martínez. Alianza. 160 págs. 11,95 €

El conspiracionismo que hoy nos aflige (antivacunas, terraplanistas, etc.) no es ninguna novedad. Como subraya Taguieff, hay un largo expediente histórico en el que sucesos traumáticos o relevantes, de difícil explicación, se han vinculado a una verdad inconfesable o a un agente en la sombra. Los demonios familiares de Europa, de Norman Cohn, resumía este largo proceso en el que las sociedades han fabricado, secularmente, a sus culpables. Es Safranski, por otra parte, quien señalaba que, tras la Revolución francesa y la derrota de Napoleón, el mundo se llenó de novelas conspiratorias, cuyos promotores favoritos, como sabemos, fueron tres: los jesuitas, los masones y los judíos. Hoy habría que añadir otros nombres -la plutocracia, la casta, el Estado profundo, etc-, a esta rica panoplia de culpables. El porqué de esta cuestión sigue, no obstante, permaneciendo intacto.

Existe una abundante variedad de teorías conspiratorias para explicar el mundo

Cohn, en su fascinante El mito de la conspiración judíamundial, nos mostraba las sucesivas variantes y modulaciones con que se alimentó dicha creencia. El interrogante de Taguieff, en todo caso, se dirige a dos evidencias previas: existe una abundante variedad de teorías conspiratorias para explicar el mundo; y no es verosímil que la sociedad haya caído, masivamente, en una estupefacción morbosa. El motivo por el que las conspiraciones (las conspiraciones, digamos, poco realistas), tienen tanto éxito, radica en dos virtudes externas a la naturaleza particular de la conspiración: una primera es la sencillez con que se explica un fenómeno complejo, de grave repercusión en la sociedad; otra segunda, acaso más determinante, es la atribución a un agente único, cuya maldad tiene un linaje demoníaco y una ambición global.

Chesterton consideró fallidas aquellas novelas de misterio en que un único agente malhechor era el causante de los males del mundo: por ejemplo, el Moriarty de Conan Doyle. Esta es, sin embargo, la razón del éxito de las teorías conspirativas: la pureza de su explicación, la univocidad de su causa. Se trata, en suma, como recuerda Taguieff, de la necesidad humana de seguridad, de la nostalgia de una legibilidad del mundo, que en tiempos particularmente agitados se vuelve más perentoria. O dicho de otro modo, se trata del viejo sueño de Parménides, el sueño de un único ser, ante el incesante devenir de Heráclito.

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