Una belleza de clave para Sevilla
Pieter-Jan Belder | Crítica

La ficha
PIETER-JAN BELDER
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Clave en Turina. Pieter-Jan Belder, clave.
Programa:
Jan Pieterszoon Sweelinck (1562-1621): Est-ce Mars? SwWV 321 / Fantasia Chromatica SwWV 258
Jacques Duphly (1715-1789): Les Grâces / La de Belombre [Pièces de clavecin, Livre 3, 1756]
Domenico Scarlatti (1685-1767): Sonatas en mi bemol mayor K 474 / en mi bemol mayor K 475 / en si bemol mayor K 248 / en si bemol mayor K 249
Johann Sebastian Bach (1685-1750): Suite francesa nº5 en sol mayor BWV 816 [1722-23] / Preludio y fuga en mi mayor BWV 878 [Das Wohltemperierte Clavier II, c.1740] / Concierto italiano BWV 971 [Clavierübung II, 1735]
Lugar: Espacio Turina. Fecha: Miércoles 5 de febrero. Asistentes: Unas 70 personas.
El clavecinista sevillano Alejandro Casal presentaba en público su última criatura: un clave fabricado por Titus Crijnen, constructor holandés asentado hace mucho tiempo en Aragón, copia de un Ruckers de 1624, que ha sido decorado de forma bellísima por Elena Felipe en el estilo de la chinoiserie, tan en boga en la Europa de los siglos XVII y XVIII.
En su puesta de largo el instrumento cayó en las manos de Pieter-Jan Belder, clavecinista neerlandés bien conocido de cualquier aficionado por una discografía verdaderamente inabarcable. Y Belder supo mostrar bien las cartas que juega el nuevo clave sevillano: delicadeza y claridad por encima de potencia, variedad en el color, uno diría que más adecuado para la música francesa que para la de Bach. Aunque la transparencia de la polifonía favorece también su estilo, una obra como el Concierto italiano con el que terminó el recital pareció falta de una sonoridad más brillante e impetuosa, en especial en el Presto final. En cambio, la Suite francesa nº5 sonó de manera espectacular, equilibrada y fina, merced también al flexible fraseo del clavecinista holandés, que dejó una Allemande elegantísima, una Courante espontánea, directa, una Sarabande que sirvió para enseñar el dulcísimo registro de laúd del instrumento y una Gigue virtuosística y hecha a toda velocidad. El Ruckers/Crijnen se mostró impecable en la reproducción de los pasajes más ágiles, lo que había enseñado ya en un Scarlatti ornado con exquisitez y de un colorido que pareció derivado del rococó de Duphly, a cuya música Belder dio una bellísima pátina de refinamiento galante, tierno y jovial al mismo tiempo, gran contraste con el arranque, un Sweelinck oscuro y disonante, no sólo en la Fantasía cromática sino también en las variaciones sobre una chanson francesa, un Sweelinck atrapado en sus más ínfimos matices por un intérprete que supo enfatizar de forma nítida los más torturados pasajes armónicos de su música.
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