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Nueva exposición en Caixafórum
Combinando desde tallas religiosas medievales a videoinstalaciones de Bill Viola y Shirin Neshat, la nueva exposición de Caixafórum Sevilla se propone desentrañar el poder del arte para conmover al espectador. Poéticas de la emoción es el título de esta potente experiencia visual y sonora que recorre cinco siglos de historia a través de 45 obras de 21 artistas. Comisariada por Érika Goyarrola (Bilbao, 1984), podrá verse hasta el 29 de marzo de 2020 y coincidirá durante las fiestas navideñas con el proyecto más visitado en la historia del centro que dirige Moisés Roiz: Faraón, Rey de Egipto, integrado por fondos del British Museum.
La representación artística de los afectos -como la alegría, la pena, el miedo o la rabia- es el tema de Poéticas de la emoción, cuyo núcleo central lo conforman piezas contemporáneas de la colección la Caixa, institución a la que se suman 15 prestadores entre los que destacan la Fundación Joan Miró, el MACBA, el Museo Nacional de Arte de Cataluña, el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Palma (Es Baluard) y la colección Iberdrola.
"Muchos discursos del arte actual se han olvidado del componente emotivo, más preocupados por abordar temas autorreferenciales o de componente político. Pero aquí queremos reflejar cómo las emociones básicas comunes a la experiencia humana se han transformado en los últimos cinco siglos en emociones estéticas. Esta exposición resalta la capacidad del arte de conmover, generar emociones, hacernos sentir y padecer", explica Goyarrola durante un recorrido por estos contenidos.
La exposición recoge disciplinas, épocas y contextos distintos y representativos del arte, fruto del empeño de la Caixa "por romper las barreras que a menudo separan la creación contemporánea del público mayoritario", asevera por su parte Moisés Roiz. El visitante encontrará pinturas de Darío de Regoyos, Joaquim Mir, Perejaume o Millares, esculturas de Joan Miró, vídeos de Pipilotti Rist o Esther Ferrer, fotografías de Francesca Woodman y Colita e instalaciones como la de Bas Jan Ader, cuyo llanto desconsolado en Estoy demasiado triste para decírtelo ha sido elegido como imagen de la muestra.
"La mayoría de las piezas interpelan por su emotividad y muchas son bastante reconocibles porque pertenecen al arte religioso o figurativo, de modo que al dialogar con las más actuales, que tienen un discurso más críptico, facilitan su lectura", continúa explicando la comisaria.
Desde 1500 hasta hoy, la exposición acerca al visitante gestos y formas que han pervivido como la lágrima, el temblor miedoso o la risa. Se divide en tres ámbitos, el primero de los cuales ahonda en la emoción del sujeto a través de obras contemporáneas y piezas de arte religioso que expresan dolor o tristeza. Sobresale aquí el altorrelieve renacentista Llanto sobre Cristo muerto de Esteban Jordán (1567-1600), realizado en estilo manierista y que, asumiendo los postulados de la Contrarreforma, muestra el momento en que el cuerpo de Cristo reposa sobre el sudario tras ser descendido de la Cruz.
"La palabra emoción deriva del verbo latino emovere y desde su raíz está presente esa idea de provocar un movimiento, una conmoción, como vemos en los personajes que sostienen al cristo yacente, por ejemplo las Santas Mujeres, que asumen el papel de plañideras", contextualiza Goyarrola. Esta escena conversa con el dramatismo de los rostros humanos que Bill Viola filma en El mar silencioso (2002), donde nueve actores evocan con sus expresiones diversas escenas religiosas ligadas al Calvario y el descendimiento de Cristo.
Para ilustrar cómo las emociones provocan alteraciones en el cuerpo y la cara, especialmente si se sufre un dolor desgarrador, la comisaria reúne otras aproximaciones al tema de la madre con el hijo muerto: Funeral en Kosovo de Folgosa Martí (1988) y La Piedad esculpida hacia 1850 por Ramón Padró Pijoan, entre ellas. En la misma sala, la documentación de una performance feminista de Gina Pane, que en 1974 se cortó diferentes partes del cuerpo con una cuchilla, remite a la iconografía religosa del estigma y encuentra su correlato en el Homúnculo de Manolo Millares, una pieza pintada sobre arpillera donde el rojo violento evoca el cuerpo herido de los mártires.
La segunda sección de la muestra agrupa trabajos en los cuales la emoción se expresa de forma metafórica gracias a la traslación del estado anímico del artista al paisaje y a la arquitectura representados. Entre las piezas más singulares se cuentan dos grandes bloques de bronce (cada uno pesa 500 kilos) del artista Günther Förg que, colgados en la pared, sirven como soportes de una inmersión espectral en la naturaleza. Muy cerca, las fotos de desnudos donde Francesca Woodman habla de la fuerza interior del cuerpo apuntan hacia una estética de lo sublime, afán que comparten también los sutiles paisajes de Carla Andrade influidos por los artistas del Romanticismo, la visión del horizonte que aporta Perejaume o la extraordinaria puesta de sol que pinta Joaquim Mir en 1903 en Marbella.
Merece la pena detenerse unos minutos para captar en todo su dramatismo musical las dos proyecciones enfrentadas de Shrin Neshat en Turbulento (1988). Por un lado aparece el cantante kurdo-iraní Shahram Nazeri ante un público exclusivamente masculino. Por otro, la artista y vocalista iraní Sussan Deyhim, vestida con el chador tradicional persa, se dirige a un auditorio vacío. "Neshat usa con inteligencia la fuerza emotiva de la música para denunciar la prohibición de cantar en público que sufren las mujeres en Irán, su país natal", indica la comisaria.
No todo es dramatismo y dolor en las proyecciones reunidas pues otras piezas analizan el desplazamiento irónico a través del trabajo de figuras indispensables del videoarte como Pipilotti Rist, a la que vemos bailar de manera obsesiva el primer verso de una canción de los Beatles en I'm not the girl who misses much, o la española Esther Ferrer, que caricaturiza las expresiones que forman parte del imaginario emotivo y se burla del mito de la mujer histérica.
La tercera sección, identificada por un fondo amarillo, reúne las magistrales fotografias que Colita tomó en Andalucía del Lebrijano, La Perrata o Fernanda y Bernarda de Utrera dentro de un conjunto que explora cómo el arte se apropia de las emociones que vertebran el campo social, desde los movimientos políticos a la fiesta flamenca.
Imágenes que representan la fuerza de la protesta o el gozo de la celebración nos permiten transitar por un paisaje de emociones compartidas, puños levantados, rostros crispados y éxtasis jondos que culmina con la danza desprejuiciada de esa Bailarina de brazos alzados que firma Joan Miró en 1981 y una serie de litografías de este gran artista catalán plenas de dinamismo y poesía.
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